Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 810, DAVID FOSTER WALLACE PORTATIL

Llevo tomando antidepresivos, no sé, un año ya, y supongo que me siento bastante cualificado para explicar cómo son. Están bien, de verdad, pero están bien igual que, por ejemplo, estaría bien vivir en otro planeta que fuera cálido y cómodo y tuviera comida y agua fresca: no es un mal sitio para vivir, pero tampoco es la Tierra de toda la vida, obviamente. Yo ya hace casi un año que no estoy en la Tierra, porque en la Tierra las cosas no me iban muy bien. Me van un poco mejor en el sitio donde estoy ahora, en el planeta Trilafon, y supongo que es una buena noticia para todos los implicados.

Los antidepresivos me los recetó un médico muy amable llamado doctor Kablumbus en un hospital al que me mandaron poco después de un accidente en verdad bastante ridículo, relacionado con unos cuantos aparatos eléctricos dentro de la bañera, del que realmente prefiero no hablar mucho. Como resultado de aquel incidente tan tonto tuve que ir al hospital para que me dieran asistencia médica y tratamiento, y dos días después me trasladaron a otra planta del hospital, una planta más alta y más blanca, donde estaban el doctor Kablumbus y sus colegas. Se otorgó cierta consideración a la posibilidad de aplicarme TEC, que son las siglas de «terapia electroconvulsiva», pero a veces la TEC te borra partes de la memoria —pequeños detalles como, por ejemplo, tu nombre y dónde vives—, y en otros sentidos también da bastante miedo, así que decidimos —mis padres y yo— no emplearla. New Hampshire, que es el estado donde vivo, tiene una ley que dice que la TEC no se puede administrar sin el conocimiento y el consentimiento del paciente. A mí me parece una ley estupenda. De forma que me recetaron antidepresivos; me los recetó el doctor Kablumbus, que se puede decir de verdad que solo piensa en mi bien.

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