Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

BUENAS NOCHES

Retratos de Will, Ann Beattie, p. 183
Es un error dejar a un niño solo a oscuras bajo el peso de la manta y el peso todavía mayor de tus palabras tranquilizadoras cuando él sabe perfectamente que el monstruo sigue en la habitación. Mientras las persianas permanezcan abiertas -y así deben permanecer para que la luz de la luna pueda colarse dentro-, la rama del árbol quedará transformada para siempre en la sombra de un murciélago cuyas alas empezarán a moverse al viento en cuanto la puerta se cierre. En caso de que el niño sea tan insensato como para cerrar los ojos, el albornoz que cubre la silla -bien extendido para que la capucha no proyecte en la pared la silueta de una inmensa punta de flecha- se convertirá en una momia resuelta a sorber/e el aliento, a arrebatárselo.

Decirle al niño que lo verás por la mañana y sonreír/e mientras bajas la cabeza resulta tan poco convincente y tan poco adecuado como quedarse en la proa de un barco que se hunde, aplaudiendo mientras se arrían los botes salvavidas. Como si el mar no estuviera agitado.   Como si nuestro destino lo dirigiera algo benévolo. Como si las palabras pudieran mitigar una oscuridad tan real como la de la noche.
Fotograma de ¿Qué fue de Baby Jane?

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