Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

CARIÑO

París, Marcos Giralt Torrente. p.157
 No hay planos que rijan de manera fiable nuestro trato con los demás, no hay patrones fijos ni aunque el sentimiento primordial que nos gobierna sea el del afecto. ¿Por qué ante el mismo estímulo unas veces reacciono con ira y otras con tolerancia o, incluso, complacencia? ¿Por qué un hecho tan cotidiano como contemplar a alguien querido coger la taza del desayuno puede precipitarme, según el día, del agrado a la repulsión extrema? ¿Por qué una mirada basta a veces para que me crea vacunado contra cualquier desgracia futura y otras, en cambio, es precisamente esa misma mirada lo que hace que me sumerja en la más ciega melancolía? Solemos pensar en nosotros como seres inamovibles, asentados sobre códigos y gustos fijos, cuando en realidad estamos en perpetua lucha con nosotros mismos. Decimos frases como Te quiero o No puedo soportarte más y tendemos a creer que estas frases definen el estado de nuestra alma, cuando lo cierto es que las alternamos con el viento de sentimientos siempre mudables. Por eso los amantes jóvenes, que están más cercanos a esa edad en la que el fluir de las apetencias no ha sido todavía domado por la convención ni el interés, se comunican sin pausa su amor. Te quiero, dicen. ¿Me quieres?, preguntan. Necesitan del refrendo constante de su cariño porque saben que nada es perpetuo, que lo que es válido para este momento concreto puede no serlo al momento siguiente, que hasta el sentimiento más sincero puede cambiar en cuestión de minutos.

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