Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DE FANTASMAS

El secreto de la modelo extraviada, Eduardo Mendoza, p. 120
-Todo esto suena a delirium trémens.

-No digas bobadas -exclamó el butanero descruzando las piernas y volviéndolas a cruzar para combatir el anquilosamiento--, los occidentales estáis dispuestos a inventar cualquier etiología con tal de no dar crédito a la presencia de fantasmas entre nosotros, cosa, por lo demás, innegable. Negáis su existencia porque os dan miedo. Sin motivo alguno, ya que los fantasmas son inofensivos, salvo unas pocas excepciones que ellos mismos, como colectivo, reprueban. Los muertos de muerte violenta suelen regresar, como si les costara aceptar una separación del mundo demasiado brusca. Los ahogados siempre vuelven, y también, aunque con menos frecuencia, los que mueren de peste u otra epidemia similar, como si quisieran quejarse de haber sido elegidos al azar para engrosar una estadística. Los suicidas, en cambio, nunca regresan, excepto los que en el último momento se arrepienten y no pueden echarse atrás. En todos los casos, las apariciones carecen de propósito firme. A veces encierran una intención admonitoria: advierten de peligros o tratan de impedir decisiones erróneas por parte de los vivos, pero en esto tienen escaso éxito, porque hablan bajito y se expresan mal, de un modo confuso y fragmentario muy poco convincente. En la mayoría de los casos se conforman con dar pena, aunque lo normal es que den unos sobresaltos morrocotudos, lo que los entristece aún más. No es cierto que lleven sábanas. Salvo los faraones y otros poderosos de la antigüedad, los muertos se van al otro mundo con lo puesto y allí no tienen ocasión de renovar el vestuario, así que se presentan con sudarios, vendajes y envoltorios similares, a menudo verdaderos harapos. Tampoco arrastran cadenas ni emiten sonidos siniestros. Desde el punto de vista energético, van con el depósito en reserva, con lo que mal podrían mover cosas pesadas ni ejercer violencia alguna. A veces provocan sin querer corrientes de aire y de ahí se siguen chirridos de puertas mal lubricadas y ruido de objetos que se caen o se desplazan. La nocturnidad, a la que se acogen por timidez, la imaginación popular y el miedo, magnifican una pobre puesta en escena e inventan amenazas donde no las hay. Los fantasmas son mejores que los vivos: a los seres humanos nos mueve el interés, y los muertos, por definición, carecen de intereses. Si no se les hace caso, insisten, pero al tercer o cuarto desaire, se desvanecen para siempre.
Imagen de John Singer Sargent

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