Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 220. HERZOG / SAUL BELLOW

Si estoy chalado, tanto mejor, pensó Moses Herzog. Algunos lo creían majareta, y durante cierto tiempo incluso él creyó que le faltaba un tornillo. Pero ahora, aunque seguía portándose de modo extraño, sentíase seguro de sí mismo, alegre, clarividente y fuerte. Había caído bajo una especie de hechizo y escribía cartas a todo bicho viviente. Estas cartas le apasionaban tanto que, desde fines de junio, iba siempre con una cartera llena de papeles. La había llevado de Nueva York a Martha’s Vineyard, de donde se marchó en seguida, y dos días después fue en avión a Chicago, y desde Chicago a un pueblo del oeste de Massachusetts. Escondido en el campo, escribió sin parar, fanáticamente, a los periódicos, a la gente que desempeñaba cargos públicos, a los amigos y parientes; después, a los muertos, sus propios muertos sin importancia, y, por último, a los muertos famosos.
Se encontraba en los Berkshires, en plena canícula. Herzog estaba solo en la casa, grande y vieja. Aunque solía ser muy exigente en cuanto a la comida, se alimentaba de pan de molde envuelto en papel, judías de lata y queso americano. De vez en cuando cogía frambuesas en la descuidada huerta, y, para dormir, utilizaba un colchón sin sábanas —de su desierta cama de matrimonio— o la hamaca, en la que se cubría con su abrigo. En el patio, le rodeaban la abundante hierba, los algarrobos y los arces. Cuando abría los ojos por la noche, las estrellas parecían cuerpos espirituales. Eran de fuego, desde luego; llenas de gases, minerales, calor, átomos, pero resultaban muy conmovedoras, hacia las cinco de la mañana, para un hombre que yacía en una hamaca envuelto en su abrigo.
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