Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

BOLAÑO HABLA DEL GOLPE MILITAR CHILENO

De Bolaño por sí mismo, p.106-107
Fue muy divertido. Fui a casa de un chaval que sabía que era de izquierda. Y le pregunté: “Quién está organizando la resistencia en el barrio?, porque yo voy de voluntario”. Y el chaval me dijo: “Yo también quiero ir de voluntario”. Yo tenía 20 años, pero él tenía 15. Y fuimosjuntos a la célula de unos comunistas, que eran los únicos que tenían organización. Había gente de todos los partidos allí. Era la casa de un obrero comunista. Un hombre que estaba muy, muy asustado. Recuerdo, además, que en su aparador tenía libros de Marcial Lafuente Estefanía, esos pequeños libritos de vaqueros. Fue muy tierno. Muy desolador y muy tierno.
—¿Pero estaba realmente organizada la resistencia en el caso de un golpe?—Llegamos allí y decimos: “Qué hay que hacer?”. Somos como veinte o treinta personas y nos dan a cada uno una tarea: vigilar calles. En realidad nos dan un plan prefabricado con un escenario de guerra civil, no de golpe de Estado. Yo me encuentro con que aquello que me mandaban a hacer era una soberana estupidez. Porque era vigilar la casa de un civil, de una persona que se sabía que era de derecha, por si llegaban allí armas; en fin, tener controlada esa casa. Algo demencial, porque las calles estaban desiertas y cuando pasaban patrullas militares si no te disparaban te detenían. Me dan un seudónimo y un santo y seña. Era Raúl, Rigoberto, no me acuerdo, para dárselo a un compañero que pasaría haciendo los controles. Me voy a la calle que tengo que vigilar y cruzan dos frases por mi mente: “no pasa nada” o “pasan cosas graves”. No hay nadie, estoy yo solo. Empiezo a tener miedo. ¿Qué hago yo aquí? Estás en una calle solo y lo primero que piensas es que te están mirando desde todas las ventanas. Hasta que llegaron los que pasaban revisión y a mí se me había olvidado la contraseña; hablé con ellos, volví a la célula. En aquella época hablaba como mexicano y creyeron que era extranjero. Y como a todos los extranjeros se les suponía una gran veteranía en la lucha armada, me pidieron a mí, que podía ser muy bien un infiltrado, que fuera a contactar a la célula mayor, que estaba totalmente aislada. Me pregunto por qué no usan los teléfonos. Parece que tiene que ser un contacto de persona a persona. Me dan una bicicleta para que vaya a no sé cuántos kilómetros de distancia por una ciudad que no conozco, porque yo nunca he vivido en Santiago. Una locura. Ahí me doy cuenta:
Si les hago caso me matan seguro. Fue divertidísimo. Como una película
de los hermanos Marx. Órdenes, contraórdenes. “Tú haz esto”, “tú lo otro”. Nadie se aclaraba. A eso de las doce o una de la tarde nos llega la noticia de que el general Prats viene con un contingente de tropas leales. Decidimos ir a recibir a Prats, pero militarmente, es decir, darle una cobertura de entrada y ver qué armas teníamos. Y nos vamos a un barrio que estaba allí al lado, del movimiento de “los sin casa”, que ocupaban terrenos y construían. Una de esas casas estaba llena de bombas molotov. Y lo lógico era destruir una serie de puentes peatonales para impedir el paso de las primeras avanzadillas de los pinochetistas hasta que llegaran las tropas de Prats. Luego resultó que Prats a esa hora ya estaba preso. No había tropas, no había nada, el general estaba detenido. Además, ¿cómo vas a tirar puentes peatonales con bombas molotov? Era una locura absoluta. Porque no había nada, ni armas cortas, sólo bombas molotov. Era impresionante. Y así fue el día.
— ¿Qué pasó al día siguiente?
—La suprema resaca. Oía bombardeos. Un barrio había aguantado el golpe: sus pobladores estaban mejor preparados, atacaron una comisaría, redujeron a los carabineros y aislaron el barrio. Pero lo bombardearon desde el aire. Se escuchaban balazos todo el santo día.
—¿Entonces te pillaron?
—Yo caí preso en noviembre de 1973, dos meses después, pero en otras circunstancias.
— ¿Te buscaban?
—No, y nunca supe por qué me detuvieron. Yo iba en autobús de Los Ángeles a Concepción. Iba a visitar a un amigo y detuvieron el autobús en la carretera y empezaron a pedir documentación. Me bajaron, me cogieron, al único, y me detuvieron bajo la acusación de ser “terrorista extranjero”. Me vieron la ropa, que era mexicana, y que viajaba con dólares. Y mi carnet de identidad era de cuando tenía 15 años o menos y en la foto no me parecía en nada, perfectamente podía ser falsificado. Además había una ola de xenofobia, de persecución a los extranjeros total, pero con unos matices asquerosos, nauseabundos, sobre todo contra argentinos, uruguayos y mexicanos. Me detuvieron y estuve ocho días preso. Luego se dieron cuenta de que no había nada de qué acusarme, pero el primer día fue muy duro porque pensé que me iban a matar.

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