Sobre el papel, Akademgorodok
tenía una pinta espectacular. El espíritu del optimismo no solo adquiría cuerpo
en la planificación de la ciudad -una playa a orillas del río Obi, artificialmente
inundado, una pista de hielo, carriles bici y serpenteantes senderos
forestales-, sino también en los centros cívicos, los cafés, los teatros y las
sociedades musicales. Los laboratorios y las bibliotecas estarían entre los
mejores del mundo. Los miembros de la élite científica de Akademgorodok
dispondrían de una cabaña independiente de madera donde vivir en pleno bosque,
en vez en un piso en un bloque soviético. Incluso el hotel estaría por encima
de lo habitual, para albergar a las mentes más brillantes del país.
Fue una idea muy potente, que
todo el mundo encontró atractiva y que condujo a la creación de lo que más
tarde se denominaría «la pequeña ciudad con el CI más alto del planeta”. Para
los intelectuales del país con tendencia a renegar del régimen, la alejada
ubicación de Akademgorodok significaba que su trabajo estaría menos encadenado
a los engranajes del Partido que las instituciones moscovitas equivalentes. Y
luego estaban los soñadores, los que persiguen las utopías allá donde surjan.
El reto consistía en manipular esta mezcla de motivaciones (y los nada seguros
fondos estatales) para construir una comunidad viva y viable, asentada en la
excelencia científica.
A los diez años de ponerse en
marcha, Akademgorodok tenía quince institutos de investigación en marcha.Se
creó un Instituto de Citología y Genética: un “milagro», escribió la genetista
Raissa L. Berg, dado que Stalin había prohibido poco antes el estudio de la
genética por considerar que la herencia genética no era compatible con el
marxismo. En la Siberia profunda, la élite académica halló más libertad para
trabajar. Las casas tenían frigorífico y calefacción eléctricos, además de
ayudas para gastos de mantenimiento. Cuanto más alto el techo, más alto el
salario, observó Berg. Los científicos disfrutaban de mejor suministro
alimenticio. Allí acudieron músicos, artistas, poetas, rusos de a pie, en apoyo
de esta ciudad asombrosamente inventiva en que abundaban las setas y los más
espantosos mosquitos.
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