Le decimos leer y somos nosotros, que corremos entre los bloques de edificios, y sacudimos los troncos de los árboles empapados de lluvia, y cazamos a las arañas en sus telas, y recogemos cascos de boetellas de leche y de botellas de champán, y buscamos cobre, bolinas de cobre caídas entre las matas que crecen en los solares, y junto a los huertos, y al sol de las escombreras que hay al lado de cualquier obra. Somos mi amigo y yo, mirándolo todo, palpitando y leyendo a la vez, y haciéndonos tenaces con l atenacidad de las hortigas, de los amrantos, de las malvas que nacen al borde de las vías del tren, o en los basureros, o al pie de los muros de las fábricas, y embebiéndonos del salvajismo de los juncales y de las mimbreras de la orilla del río, e infiltrándonos del vértigo de las torres eléctricas. Y todo esto lo vamos a creer lectura en nuestro leer interminable, sin reparar en que al mismo tiempo estamos latiendo como palpita con su pulso regular una estrella de neutrones o gira despaciosamente la blanca luz de un faro. Porque lo que hacemos es respirar, ser cada uno de nosotros a todas horas, habar con inquietud y mirar con los ojos muy abiertos, por
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