EMPRENDEMOS LA MARCHA
Uno, pues, de tarde en tarde, viaja por el país. Provisto del correspondiente billete y del indispensable salvoconducto –pagando San Pedro canta-, uno se lanza al proceloso negocio de los autobuses y de los trenes. Uno discurre cuarenta, cincuenta o más kilómetros en un coche accionado por gasolina, decorado a la manera con que solían estarlo las casas de poca formalidad de mi época de estudiante. Algunos tienen una decoración vagamente cubista sobre un fondo de color de chocolate. Otras, de un color más claro, presentan unas flores de fogosa inventiva y trazado caprichoso. ¿Qué son estas flores? ¿Nenúfares? ¿Miosotis? ¿Orquídeas?
-Mira Raquelita, mira los nenúfares del techo… ¡Qué monos¡ -oí decir un día a uno de esos maridos, poéticos y fláccidos, que andan por el mundo transportando los bultos de su esposa.
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