Copio y pego un párrafo de la columna que publica hoy Eduardo Mendoza en El País. Ciertamente, esa es la explicación de que nos hayamos tragado, en estos últimos años, el Misissippi, Crónicas marcianas, Buenafuente o, últimadamente, Noche Hache.
Esto es lo que dice Mendoza:
"A menudo, por la noche, cuando uno está cansado del trabajo y las fatigas del día pero siente reparo ante la idea de irse a dormir sin más ni más, mata el tiempo delante del televisor, haciendo zapping. Abotargado ve desfilar por la pantalla fragmentos de películas malas, anuncios chillones, eventos deportivos de segunda mano, documentales de bichos, programas indefinibles que agonizan ante una audiencia escasa en medio de un falso guirigay y una fingida efervescencia. Luego apaga el televisor y se retira. No se siente culpable por haber holgazaneado, pero se lleva a la cama un regusto amargo, como si aquel mejunje fuera un reflejo de su propia vida, abierta a horizontes de los que no le llega nada. Y ya está. Bona nit (buenas noches)."
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