La invención de todas las cosas, Jorge Volpi, p. 214
No mucho después inicia la
escritura de sus Confesiones (398): si antes ya otras figuras han escrito en
primera persona, como Ovidio en sus Tristia ( escrito después de su exilio en
el año 8), nadie se ha ocupado tanto de explorarse -y exhibirse- a sí mismo.
Desde entonces, el yo occidental queda ligado a la culpa y el pecado. Las
Confesiones ponen en escena la batalla interior que Agustín libra entre lo que
es, un hombre concupiscente, lleno de deseos, y lo que aspira a ser, una
criatura casta y pura. En su voluntad de narrar su abandono de la sensualidad, expresa
una obvia nostalgia hacia el mundo pecaminoso que ha dejado atrás. Maestro de
retórica, mantiene esa misma ambigüedad hacia las escrituras bíblicas, que
encuentra menos elegantes que los clásicos griegos y latinos. Todo en las
Confesiones se halla imbuido de ese maniqueísmo del que jamás se desprendió:
así como divide a la humanidad entre pecadores y virtuosos, él se dibuja como
un ser dual, escindido entre dos fuerzas igual de poderosas.

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