Nada que temer, Julian Barnes, p. 240
La sabiduría es la virtuosa
recompensa de quienes examinan pacientemente el funcionamiento del corazón y el
cerebro humanos, procesan la experiencia y adquieren de este modo una
comprensión de la vida: ¿no es así? Pues Sherwin Nuland, sabio tanatólogo,
tiene algo que decir a este respecto. ¿Prefieres la buena noticia antes o
después de la mala? Un táctico juicioso siempre prefiere la buena antes: podrías
morirte antes de oír la mala. La buena es que, en efecto, a veces nos volvemos
más sabios cuando envejecemos. Y he aquí la mala noticia (más larga). Todos
sabemos demasiado bien que nuestro cerebro se desgasta. Por muy frenéticamente
que sus partes componentes se renueven, las células del cerebro (como los
músculos del corazón) tienen una fecha de caducidad limitada. Por cada decenio de
vida después de los cincuenta años, el cerebro pierde el dos por ciento de su
peso; también adquiere una tonalidad amarillo-cremosa: «incluso la senilidad
tiene un código de color». El área motora de nuestra corteza frontal perderá
del veinte al cincuenta por ciento de sus neuronas, el área visual el cincuenta
por ciento y la parte física sensorial más o menos el mismo porcentaje. No,
esto no es lo malo. Lo malo viene incluido en una parte relativamente buena: la
de que las funciones intelectuales superiores del cerebro se ven mucho menos
afectadas por esta morbosidad celular generalizada. En efecto, «algunas
neuronas corticales » parecen hacerse más abundantes después de la madurez, y
hay incluso evidencia de que los ramales filamentosos -las dendritas- de muchas
neuronas siguen creciendo en los viejos que no sufren Alzheimer.
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