Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA MUERTE


Nada que temer, Julian Barnes, p. 217

La forma más segura de no temerla hasta que sobreviene. «Lo malo es saber que va a ocurrir.» Mi amiga H., que de vez en cuando me reprende por mi morbosidad, admite: «Sé que todos los demás van a morir, pero nunca pienso en que voy a morir yo.» Lo generaliza con un tópico: «Sabemos que tenemos que morir pero nos creemos inmortales» ¿De verdad la gente alberga en su cabeza contradicciones tan palpitantes? No le queda más remedio, y Freud lo  consideraba normal: «Nuestro inconsciente, pues, no cree en su propia muerte; se comporta como si fuera inmortal. » De modo que mi amiga H. se ha limitado a ascender de rango a su inconsciente para que se ocupe de su consciente.

En algún punto, entre un distanciamiento tan útil y táctico y mi horrorizada contemplación del pozo, hay -tiene que haber- una posición racional, madura, científica, literal, intermedia. Hela aquí, formulada por el doctor Siherwin Nuland, tanatólogo norteamericano y autor de Cómo morimos: «Una esperanza realista exige asimismo que 1ceptemos el hecho de que el tiempo que se nos ha asignado en la tierra tiene que limitarse a una duración coherente con la continuidad de nuestra especie ... Morimos para que el mundo pueda seguir viviendo. Se nos ha concedido eI milagro de la vida porque trillones y trillones de seres vivos nos han preparado el camino y después han muerto ..., en cierto modo, por nosotros. Morimos, a nuestra vez, para que otros vivan. La tragedia de un solo individuo se convierte, en el equilibrio de las cosas naturales, en el triunfo de la vida en curso.»


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