Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

PRIMERA ENCICLOPEDIA DE TLON. TOMO XI, HLAER-JANGR


HLAMUR o LA EPICA DE LOS DESNUDOS — Es el nombre como se conoce al episodio final de la Guerra del Austral. En él, siete soldados de Jangr vencieron al ejercito oficial, conocido como La furia de Alamar, tras verse perseguidos por tres días y tres noches alrededor del Cerro Brujo. Este evento puso fin a una guerra de seis años por el control de las tierras bajas de Tsai Jaldún y el delta del en la frontera sur de lJqbar, y dio origen a la consagración en Tlon de la literatura de los  Tigres Transparentes.

El inicio de la guerra se desató por una carta; el fin, también. Dicen que el primer día del XI mes del sexto año de guerra, el emperador Alamar recibió un sinfín de cartas desde todas las regiones de Uqbar. En ellas se agotaban los elogios, Ias alabanzas y las loas, se le felicitaba por sus estrategias y avances armamentísticos, y se le celebraba que al fin habían reducido al ejército rebelde de Jangr a apenas siete soldados. La victoria sobre los seguidores de lurga, líder de la rebelión y heresiarca de Jangr era considerada un hecho tanto por dioses como por hombres.

Dicen que cuando Alamar supo do los siete soldados restantes de Jangr, contó él mismo con su índice a sus guardias permanentes y vio que eran diez. Sonrió y ordenó retirar a tres de esos guardias para no ser injusto con las ahora fuerzas de Jangi. Durante siete días, ironizó sobre los siete soldados y bebió en cantidades sumergibles. Una semana después, uno de sus sirvientes le entregó una carta firmada por lurga. La última vez que había recibido una carta de lurga, seis años atrás, fue cuando este declaró que Jangr no sería de Uqbar mientras Uqbar fuera de Alamar. Ahí comenzó la guerra


INCIPIT 1.526, EL VIGILANTE DE SALA / JM COETZEE


Su nombre es José Eduardo, pero sus amigos lo conocen como Pepe, Vive con su madre en un antiguo y cómodo apartamento en el barrio de Salamanca, en Madrid. Ha tenido novias a lo largo de los anos pero nunca se ha casado. Ahora, llegando a los 45, ha comenzado a preguntarse si eso no ha sido un error.

En la escuela era estudioso pero no brillante, Como hijo único le estaba destinado seguir los pasos de su padre (un abogado exitoso, fallecido cuando él tenía doce años). Llegado el momento se inscribió, obediente, en la Facultad de Derecho, pero al segundo ano sus estudios le fastidiaban tanto que convenció a su madre de que le permitiera dejarlos. Desde entonces ha seguido una senda azarosa: ha sido camarero en un crucero, conductor de autobús, profesor de idiomas y, de cuando en cuando, jardinero por Loras.

Durante un curso de dibujo del natural (para lo que tenía algún talento) en el Instituto Superior de Arte, conoce a un hombre empleado como vigilante en el Prado. Hay plazas libres en la plantilla, dice el hombre. Dado que le gusta el arte, tal vez debería presentarse. Es un trabajo poco exigente, y siempre se ven muchachas bonitas pasar.

Pepe se postula, aprueba el examen con facilidad, y acepta un puesto de vigilante de sala, sus tareas comienzan el 1 de julio. El trabajo le resulta agradable, aprecia a sus colegas y ellos lo aprecian también.


INCIPIT 1.525. LOS HECHOS DE KEY BISCAYNE / XITA RUBERT

 


PRÓLOGO

Cuando lo sacó, la visión me noqueó como si no llevara toda la mañana sabiendo que allí habría un pene y que el pene sería desenmascarado, entregado a mí en bandeja. Lo más previsible, de pronto, era lo más inesperado. Así sucede con los penes y con la muerte.

Lo observé como aprendí a mirar todo lo feo: con cariño. Lo que amaba me bastaba con oírlo, pero lo repulsivo tenía que mirarlo para suprimir el rechazo y convertirlo en afecto. Ante mí, un animal sin ojos, morado y hierático, respirando.

No se parecía al pene que yo esperaba porque tenía doce años y nunca había visto uno. Era oscuro, oscura su vida propia, sus movimientos espasmódicos y tanteantes, propios de quien es ciego, aunque tampoco había visto nunca a un ciego.

Se mantuvo así, de pie e hinchado, y me pareció ver que el animal sin ojos palpitaba. Recuerdo evocar, para bloquear la imagen presente, el pene pequeño de mi hermano.


INCIPIT 1.524. BAD HOMBRE / POLA OLOIXARAC


Esta es una historia real y, como tal, debe incluir una confesión. Entre 2016 y 2018 fui contactada por distintas mujeres para que las ayudara con una tarea muy específica: querían arruinarles la vida a ciertos hombres. Las acusaciones variaban, pero eran terribles, incluso escalofriantes según el caso; el asunto era urgente, y requería actuar de forma rápida. Ellas no se conocían entre sí, pero yo conocía a algunos de los hombres en cuestión, y por eso me escribían. El plan era unirnos para darles un castigo ejemplar: que las vidas normales de estos hombres, tal como habían transcurrido hasta entonces, desaparecieran bajo los escombros de una revelación que los marcaría de manera irreversible.

Algunos de estos hombres eran mis amigos, con otros mantenía cierta camaradería cordial; a otros no los conocía en absoluto. Lo mismo podría decir de estas mujeres: algunas eran amigas, y a otras no las conocía para nada. A veces eran mensajes que me llegaban por email, por Facebook o Instagram, avisándome que equis hombre era buscado por violador, o por haber cometido actos de violencia de género; otras, fueron mujeres que me contactaron para decirme que alguien a quien yo conocía era un violador serial


YOGA


Bad hombre, Pola Oloixarac, p. 126

La vulva nace libre, pero en todas partes se encuentra encadenada. Nicole lideraría la revolución de los yonís libertos, y la sedición había empezado. Tenía lugar, de hecho, todas las tardes en su estudio de Mission en San Francisco. La práctica comunal del orgasmo femenino se planteaba como una nueva forma de yoga auténticamente feminista, que comenzaba con un ejercicio de respiración conjunta para aflojar los tejidos. La cadera, el psoas, las lumbares. Cada mujer tenía un almohadón especial, su nook, su nido. Luego se abrían paso los participantes del primer anillo, totalmente vestidos, que se ubicaban de rodillas junto a cada mujer, desnuda de la cintura para abajo sobre su nook.

Sonaba un gong, y los hombres empezaban a masturbar a las mujeres con la técnica patentada por Nicole. En el nivel 1, eran instruidos para no mirar a las mujeres mientras las masturbaban; pero, previo consentimiento, algunos pasaban una pierna por sobre el abdomen de la mujer para poder concentrarse totalmente en la vagina y el clítoris ("somos una compañía totalmente yonicéntrica", explicaba Nicole). Las mujeres gemían, se excitaban y alcanzaban el clímax en estos espacios comunales, y los masturbadores podían ascender de categoría según su grado de expertise, como en karate.

Pero no era una compañía pensada solo para las mujeres, y ahí radicaba la fuerza de su plan de negocios. En San Francisco, por la influencia que la economía de la tecnología tenía sobre la ciudad, la cantidad de hombres sobrepasaba con creces a la de mujeres; gracias a Nicole, la vasta mayoría de hombres que habitaban en la ciudad podrían abandonar sus inseguridades, los atavismos de una existencia sombría de sudor, código y testosterona, y proceder a convertirse en los Dadores de Placer y Maestros del Sexo Vaginal que siempre habían soñado ser.


EMMA ZUNZ


Bad hombre, Pola Oloixarac, p. 97 

“Te digo mas: el precursor de la nueva justicia feminista es nada menos que Jorge Luis Borges. Se trata de Emma Zunz, un cuento que Borges dedica a una mujer, Cecilia Ingenieros, que le dio el ar- gumento: una venganza que es un crimen perfecto. Zunz, el padre de Emma, había sufrido injustamente el oprobio y la prisión, condenado por un crimen que no cometió. Antes de morir en el exilio, el padre le jura a Emma que el ladrón era Loewenthal, el jefe de la fábrica donde trabajaba. En estricta soledad, ella diseña un plan para vengar al padre. Desciende a los lupanares del Bajo, se acuesta con un marinero sueco o finlandes, alguien que le desagrada, para que la pureza del horror no sea mitigada’ (en Borges, el sexo siempre implica el horror). Los jugos del sexo y el asco quedan dentro de ella, que acude al despacho de Loewenthal con un pretexto. Cuando el viejo sale a traerle un vaso de agua, Emma extrae el revólver del cajón y le pega dos tiros. Ya muerto, desordena el escritorio, le desabrocha el pantalón. Llama por teléfono: ‘El señor Loewenthal abusó de mí, lo maté’. El tono, el odio, el ultraje son verdaderos: solo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios”. El ultraje de Mireya era real; su odio al patriarcado era, mas que nunca, real y absoluto; solo no eran veraces las circunstancias y uno o dos nombres propios.


INCIPIT 1.523. CONTRA LA ESPAÑA VACIA / SERGIO DEL MOLINO


Los libros nacen en lo profundo del ayer, como reacciones casi póstumas a escenas infantiles que no entendimos. Cuando emergen a la conciencia, los temas, las primeras frases, el título y las páginas finales llevan mucho tiempo escritos. Se empieza a teclear con la sensación de haber pasado media vida con esos párrafos dentro, sin saber cuándo arraigaron y echaron a crecer. No es el caso de este ensayo, cuyos orígenes puedo fechar con precisión. Empecé a escribir de forma inconsciente este libro el 19 de noviembre de 2018, entre las siete y las ocho y media de la tarde.

Aquel día se presentaba en la librería Alberti de Madrid Lugares fuera de sitio, la obra con la que gané el Premio Espasa de Ensayo de ese año. Me hacía el honor de presentármela Joaquín Estefanía, que había vuelto del retiro para ayudar a Sol GallegoDíaz a dirigir El País. Joaquín representaba un arquetipo periodístico e intelectual que yo homenajeaba en el libro: la  generación de la transición, capitaneada por Manu Leguineche e integrada, sobre todo, por los cuadernícolas, aquellos jovencísimos reporteros que empezaron sus carreras en Cuadernos para el Diálogo.

Dos estrellas de aquella revista, Eduardo Barrenechea y Luis Carandell (que, por problemas legales con la censura, firmaba con el seudónimo de Antonio Pintado), hicieron un viaje por la frontera hispanoportuguesa en 1972 por encargo de Cuadernos, que editó la aventura en forma de libro, titulado La Raya de Portugal. La crónica, llena de humor y sabiduría, bautizaba la franja fronteriza casi despoblada como la Costa del Luto, parodiando la manía desarrollista de poner nombre a las costas ibéricas.


INCIPIT 1.522. MELANCOLIA DE LA RESISTENCIA / LASZLO KRASZNAHORKAI


CIRCUNSTANCIAS EXTRAORDINARIAS

Introducción

Como el tren de pasajeros que unía las poblaciones ateridas por las heladas en la zona sur de la Gran Llanura, entre el río Tisza y el pie de los Cárpatos, no acababa de llegar a pesar de las confusas explicaciones del ferroviario, que iba y venía, desconcertado, junto a los raíles, y de las promesas cada vez más decididas del jefe de estación, que, nervioso, salía una y otra vez al andén ( «Qué le vamos a hacer, ha vuelto a esfumarse ... », señalaba el ferroviario con ademán de menosprecio y expresión entre amarga y maliciosa), el convoy de emergencia-compuesto por dos vagones destartalados con bancos de madera y una locomotora anticuada y enferma del tipo 424, que únicamente podía utilizarse en casos llamados «especiales»-se puso por fin en marcha más de una hora y media después de lo indicado por un horario que, de todos modos, no le atañía. Así, los lugareños, que se habían resignado con bastante indiferencia al retraso del tren procedente del oeste, podrían llegar a sus destinos a lo largo del trayecto de cincuenta kilómetros que aún faltaba por recorrer por un ramal secundario.


ROSSINI


Nada que temer, Julian Barnes, p. 273

Actualmente cuesta cinco euros la visita a la iglesia -o, como prefiere llamarlo el billete de entrada, al «conjunto monumental»- de Santa Croce en Florencia. No se entra por la fachada occidental, como hizo Stendhal, sino por el lado norte, y de inmediato se te presenta una elección de itinerario y propósito: la puerta izquierda para los que quieren rezar, la derecha para turistas, ateos, estetas, ociosos. La vasta y aireada nave de esta iglesia predicante todavía contiene las tumbas de hombres célebres cuya presencia enternecía a Stendhal. Entre ellos figura hoy un relativo recién llegado: Rossini, que en 1863 pidió a Dios que le concediera el paraíso. El compositor murió en París cinco años después y fue sepultado en Pere-Lachaise, pero, al igual que en el caso Zola, un Estado orgulloso le arrebató su tumba y se lo llevó a su panteón. Que Dios optara por concederle el paraíso depende quizá de si Él había leído o no el Diario de Goncourt. He aquí la anotación del de enero de 1876: «Anoche, en el fumador de la princesa Mathilde, la conversación versó sobre Rossini. Hablamos de su priapismo y su gusto, en materia amorosa, por prácticas malsanas; y, después, de los extraños e inocentes placeres que deleitaban al viejo compositor en sus últimos años. Hacía desvestirse a unas muchachas hasta la cintura y les paseaba por el torso sus manos lascivas, al mismo tiempo que les ofrecía la punta del meñique para que se la chuparan.»


STENDHAL


Nada que temer, Julian Barnes, p. 268

Aquí yacen algunos de mis muertos; la mayoría, como son escritores, en la sección inferior y, por ende, la más barata. Stendhal fue sepultado aquí treinta años después de haber sufrido «unas violentas palpitaciones» delante de Santa Croce, y de sentir que «la fuente de la vida se secó en mi interior y caminé con un miedo constante de caerme al suelo». ¿Queremos morir no sólo a nuestro estilo sino también tal como esperábamos? Stendhal disfrutó de esta fortuna. Tras sufrir el primer ataque, escribió: «Creo que no hay nada ridículo en desplomarte muerto en la calle, siempre que no lo hagas a propósito.» El 22 de marzo de 1842, después de cenar en el Ministerio de Asuntos Exteriores,encontró el fin no ridículo que buscaba en la acera de la rue Neuve-des-Capucines. Le enterraron como «Arrigo Beyle, milanés», una reprimenda a los franceses que no le leyeron y un homenaje a la ciudad donde el olor a boñiga de caballo le había conmovido hasta las lágrimas. Y como era un hombre al que la muerte no pilló desprevenido (hizo veintiún testamentos), compuso su propio epitafio: Scrisse. Amo. Visse. Escribió. Amó. Vivió.


GOETHE


Nada que temer, Julian Barnes, p. 241

Sabiduría, filosofía, serenidad: ¿cómo se acumularán contra el terror mortal, once en una escala de uno a diez? Pongo de ejemplo a Goethe, uno de los hombres más sabios de su tiempo, que llegó a octogenario con sus facultades intactas, una salud excelente y una fama universal. Siempre había sido imponentemente escéptico sobre el concepto de supervivencia después de la muerte. Pensaba que preocuparse por la inmortalidad era una inquietud de mentes ociosas, y consideraba excesivamente autosuficientes a quienes creían en ella. Su postura práctica y divertida era que, si después de esta vida descubría que existía otra, estaría complacido, desde luego; pero confiaba ardientemente en no encontrarse con todos aquellos pelmazos que se habían pasado la vida terrenal proclamando su creencia en la inmortalidad. Oírles cacarear «¡Teníamos razón! ¡Teníamos razón!» sería aún más inaguantable en la vida posterior que en ésta.

¿Cabría una posición más cuerda y sabia? Y así Goethe continuó trabajando hasta una edad muy provecta, y terminó la segunda parte de Fausto en el verano de 1831. Nueve meses después cayó enfermo y quedó postrado en cama. Tuvo un último día de dolor extremo, aunque después de haber perdido el habla siguió trazando letras en la manta sobre sus rodillas (sin abandonar el esmero habitual con que puntuaba su escritura: un maravilloso ejemplo de morir fiel a sí mismo). Sus leales amigos afirmaron que había muerto noble y hasta cristianamente. La verdad, revelada por el diario de su médico, fue que Goethe fue «presa de un miedo y una agitación terribles». La causa del «horror» de aquel último día era evidente para el médico: Goethe, el sabio Goethe, el hombre que veía. la perspectiva de todo, no pudo evitar el temor que nos vaticina Sherwin Nuland.


INCIPT 1.521. QUIERO Y NO PUEDO / RAQUEL PELAEZ


Qué es ser pijo

A pesar de que a veces Diego Ibáñez se pone un peto de tejido mahón como el que llevan en las cadenas de producción los trabajadores del decadente cinturón industrial de Estados Unidos, el cantante de la banda de rock que acuñó el término «cayetano» está muy lejos de ser clase obrera manufacturera. Él se gana la vida con la música.

Este chico de veinticinco años, que estudió fisioterapia y se crio en el madrileño barrio de Malasaña, me mira fijamente y con sorna, como si me viese venir, cuando le pregunto: «¿Qué es un pijo?».

Estamos sentados entre paredes de ladrillo visto en las oficinas de su mánager, en pleno barrio obrero (y bastión electoral de la izquierda en Madrid) de Legazpi, y el líder de Carolina Durante se encuentra con el problema esencial de todos los estereotipos: su definición. Él mismo, inteligente y sin miedo a la autoparodia, sabe que se ajusta, además, a otro estereotipo: el de malasañero.


INICIPT 1.520. Los pobres / Villaim T. Vollmann


Creo que soy rica (Tailandia, 2001)

Cuando conocí a Sunee, me encontraba en Klong Toey buscando un pobre al que preguntarle por qué existía la pobreza, y ella se abalanzó borracha sobre mí y empezó a darme tirones de la manga y a rogarme que fuera a casa con ella. En opinión de mi intérprete, era sin duda una ex prostituta, ya que sabía unas cuantas palabras en japonés y al servimos agua gritó entre risas en inglés, exactamente como hacían las chicas de los bares de Patpong: «Dlink, dlink!».

En contra de los consejos de la intérprete, decidí aceptar la propuesta de Sunee. Llevábamos en Klong Toey menos de cinco minutos. Nos adentramos en el barrio bajo más cercano, que empezaba a unos cincuenta pasos, y nos encontramos en el consabido laberinto de aceras húmedas en pendiente, con casas cajón lo bastante cercanas para tocarlas por cada lado. Los habitantes me inspeccionaban con malicia desde sus agujeros ventana; ¿compraría heroína o niñas? Sunee avanzaba a trompicones triunfales, con las manos en el corazón. Al cabo de dos minutos llegamos a casa, que quiere decir la choza de la madre de Sunee, cuyo techo y paredes eran tablones clavados unos a otros, con huecos alabeados entre ellos para mayor comodidad de los mosquitos tailandeses. Nos sentamos los cuatro con las piernas cruzadas en  una sábana azul de vinilo que cubría en su mayor parte el suelo de cemento.


LA VEJEZ


Nada que temer, Julian Barnes, p. 240

La sabiduría es la virtuosa recompensa de quienes examinan pacientemente el funcionamiento del corazón y el cerebro humanos, procesan la experiencia y adquieren de este modo una comprensión de la vida: ¿no es así? Pues Sherwin Nuland, sabio tanatólogo, tiene algo que decir a este respecto. ¿Prefieres la buena noticia antes o después de la mala? Un táctico juicioso siempre prefiere la buena antes: podrías morirte antes de oír la mala. La buena es que, en efecto, a veces nos volvemos más sabios cuando envejecemos. Y he aquí la mala noticia (más larga). Todos sabemos demasiado bien que nuestro cerebro se desgasta. Por muy frenéticamente que sus partes componentes se renueven, las células del cerebro (como los músculos del corazón) tienen una fecha de caducidad limitada. Por cada decenio de vida después de los cincuenta años, el cerebro pierde el dos por ciento de su peso; también adquiere una tonalidad amarillo-cremosa: «incluso la senilidad tiene un código de color». El área motora de nuestra corteza frontal perderá del veinte al cincuenta por ciento de sus neuronas, el área visual el cincuenta por ciento y la parte física sensorial más o menos el mismo porcentaje. No, esto no es lo malo. Lo malo viene incluido en una parte relativamente buena: la de que las funciones intelectuales superiores del cerebro se ven mucho menos afectadas por esta morbosidad celular generalizada. En efecto, «algunas neuronas corticales » parecen hacerse más abundantes después de la madurez, y hay incluso evidencia de que los ramales filamentosos -las dendritas- de muchas neuronas siguen creciendo en los viejos que no sufren Alzheimer.


LA MUERTE


Nada que temer, Julian Barnes, p. 217

La forma más segura de no temerla hasta que sobreviene. «Lo malo es saber que va a ocurrir.» Mi amiga H., que de vez en cuando me reprende por mi morbosidad, admite: «Sé que todos los demás van a morir, pero nunca pienso en que voy a morir yo.» Lo generaliza con un tópico: «Sabemos que tenemos que morir pero nos creemos inmortales» ¿De verdad la gente alberga en su cabeza contradicciones tan palpitantes? No le queda más remedio, y Freud lo  consideraba normal: «Nuestro inconsciente, pues, no cree en su propia muerte; se comporta como si fuera inmortal. » De modo que mi amiga H. se ha limitado a ascender de rango a su inconsciente para que se ocupe de su consciente.

En algún punto, entre un distanciamiento tan útil y táctico y mi horrorizada contemplación del pozo, hay -tiene que haber- una posición racional, madura, científica, literal, intermedia. Hela aquí, formulada por el doctor Siherwin Nuland, tanatólogo norteamericano y autor de Cómo morimos: «Una esperanza realista exige asimismo que 1ceptemos el hecho de que el tiempo que se nos ha asignado en la tierra tiene que limitarse a una duración coherente con la continuidad de nuestra especie ... Morimos para que el mundo pueda seguir viviendo. Se nos ha concedido eI milagro de la vida porque trillones y trillones de seres vivos nos han preparado el camino y después han muerto ..., en cierto modo, por nosotros. Morimos, a nuestra vez, para que otros vivan. La tragedia de un solo individuo se convierte, en el equilibrio de las cosas naturales, en el triunfo de la vida en curso.»


YO


Nada que temer, Julian Barnes, p. 163

A lo largo de la vida construimos y logramos un carácter único, con el cual esperamos que nos dejen morir.

Pero los investigadores que han penetrado en nuestros secretos cerebrales, que lo presentan todo en colores vivos, que siguen las pulsaciones del pensamiento y la emoción, nos dicen que no hay nadie en casa. No hay fantasma en la máquina. El cerebro, según un neuropsicólogo, es más o menos «un pedazo de carne» (no lo que yo llamo carne, pero es que no soy muy fiable hablando de despojos). Yo, o incluso yo, no produzco pensamientos; los pensamientos me producen a mí. Los que trazan mapas del cerebro, por mucho que escruten y escudriñen, sólo pueden llegar a la conclusión de que «no hay "materia del yo" que detectar». Así que nuestro concepto de un ego persistente, o de uno mismo, o de yo o yo -y mucho menos uno localizable- es otra de las ilusiones con que vivimos. La que mejor reemplaza a la teoría del ego -a la cual hemos sobrevivido tanto tiempo y tan naturalmente- es la teoría del haz. La idea del capitán del submarino cerebral, el organizador a cargo de los sucesos de su vida, debe rendirse ante la idea de que somos una mera secuencia de sucesos, enlazados por determinadas conexiones causales. Por decirlo en una fórmula definitiva y desalentadora (aunque literaria): ese «yo» al que tanto apreciamos sólo existe propiamente dicho en la gramática.


La Plaza Real


Nela 1979, Juan Trejo, p. 167

Y ciertos núcleos, rincones, calles y plazas del centro de Barcelona habían ido consolidándose desde principios de la década de los setenta como espacios con voluntad evidentemente cosmopolita, liberados de la grisura general. Por ese motivo, para ser conscientes del verdadero calado de esa clase de mezclas sociales que estaban teniendo lugar, era imprescindible alejarse un poco del barrio y desplazarse a esos puntos cercanos al centro, donde las posibilidades de que se produjesen intercambios sorprendentes eran mucho mayores.

Lugares como la plaza Real. Un espacio rectangular porticado al que se puede acceder desde tres calles diferentes, con una gran fuente en el centro, llamada de las Tres gracias, y varias palmeras desperdigadas a ambos lados. Por encontrarse casi en mitad de la Rambla, en medio del Barrio Gótico, pero sobre todo por su cercanía con el puerto y su carácter un tanto íntimo, al estar casi completamente cerrada sobre sí misma, la plaza Real siempre había sido un lugar de encuentro entre los recién llegados y los vecinos de toda la vida. Pero en los años setenta, al caer la noche, los jóvenes hippies y los buscadores de todo pelaje llegados de Europa y Latinoamérica, que en muchos casos recalaban en la ciudad de paso hacia Ibiza y Formentera, se mezclaban en la plaza con marineros de la Sexta Flota estadounidense, portadores casi involuntarios de nuevos estilos musicales, jóvenes lugareños en busca de emociones intensas, vendedores de grifa y de marihuana y transmisores más o menos espontáneos de saberes esotéricos y filosóficos. Por aquel entonces, había en la plaza un tablao flamenco, Los Tarantos, justo en el mismo local en el que antaño había habido una cueva de jazz, el Jamboree. Abundaban las cervecerías y todo tipo de restaurantes de precios asequibles en los alrededores, además de algún que otro local nocturno de carácter heterodoxo. En cualquier caso, en esos años la plaza adquirió fama como punto de encuentro de la contracultura, porque allí, llegada la noche, siempre se cocían cosas interesantes.


En los años setenta, Barcelona


Nela 1976, Juan Trejo, p. 94

En los años setenta, Barcelona representaba una esperanza para el resto de España. O, si se prefiere, representaba el atisbo de una posibilidad. La capital catalana, a pesar de ser mucho más pequeña, menos poblada y, sin lugar a dudas, infinitamente menos relevante en el aspecto político que Madrid, se había convertido en la ciudad española más pujante, más llamativa; sobre todo para los jóvenes con inquietudes.

Por una parte, un considerable número de integrantes de la burguesía de la ciudad, nacidos entre finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, sin renegar por completo del capital o del vínculo familiar, estaban dando un giro hacia un enfoque ideológico alejado del de sus predecesores, más acorde con su condición de jóvenes formados intelectualmente según  las tendencias en boga en Europa o Estados Unidos, donde algunos de ellos estudiaron o habían estado de vacaciones. Jóvenes capaces y emprendedores, amantes del hedonismo y de la cultura, que llamaban la atención desde hacía tiempo entre la gente más avezada del país por disfrutar de lo que parecía, al menos desde la distancia, un considerable margen de maniobra tanto en el ámbito creativo como social. A los integrantes de ese grupo de fronteras más o menos difusas se les iba a conocer poco después como la gauche divine.

Por otra parte, Barcelona, o como mínimo ciertas zonas de la ciudad, tenía asociada desde principios de siglo XX la etiqueta de ser una ciudad más bien tolerante con todo tipo de vicios e incluso prácticas sexuales. De hecho, el Barrio Chino, herencia del pasado portuario de la ciudad, era conocido en Europa como un territorio casi autónomo en el que eran bien acogidos no solo los parias y los delincuentes, sino también los bohemios y los estetas de gustos menos convencionales.


WIKIPEDIA

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