Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

La Plaza Real


Nela 1979, Juan Trejo, p. 167

Y ciertos núcleos, rincones, calles y plazas del centro de Barcelona habían ido consolidándose desde principios de la década de los setenta como espacios con voluntad evidentemente cosmopolita, liberados de la grisura general. Por ese motivo, para ser conscientes del verdadero calado de esa clase de mezclas sociales que estaban teniendo lugar, era imprescindible alejarse un poco del barrio y desplazarse a esos puntos cercanos al centro, donde las posibilidades de que se produjesen intercambios sorprendentes eran mucho mayores.

Lugares como la plaza Real. Un espacio rectangular porticado al que se puede acceder desde tres calles diferentes, con una gran fuente en el centro, llamada de las Tres gracias, y varias palmeras desperdigadas a ambos lados. Por encontrarse casi en mitad de la Rambla, en medio del Barrio Gótico, pero sobre todo por su cercanía con el puerto y su carácter un tanto íntimo, al estar casi completamente cerrada sobre sí misma, la plaza Real siempre había sido un lugar de encuentro entre los recién llegados y los vecinos de toda la vida. Pero en los años setenta, al caer la noche, los jóvenes hippies y los buscadores de todo pelaje llegados de Europa y Latinoamérica, que en muchos casos recalaban en la ciudad de paso hacia Ibiza y Formentera, se mezclaban en la plaza con marineros de la Sexta Flota estadounidense, portadores casi involuntarios de nuevos estilos musicales, jóvenes lugareños en busca de emociones intensas, vendedores de grifa y de marihuana y transmisores más o menos espontáneos de saberes esotéricos y filosóficos. Por aquel entonces, había en la plaza un tablao flamenco, Los Tarantos, justo en el mismo local en el que antaño había habido una cueva de jazz, el Jamboree. Abundaban las cervecerías y todo tipo de restaurantes de precios asequibles en los alrededores, además de algún que otro local nocturno de carácter heterodoxo. En cualquier caso, en esos años la plaza adquirió fama como punto de encuentro de la contracultura, porque allí, llegada la noche, siempre se cocían cosas interesantes.


En los años setenta, Barcelona


Nela 1976, Juan Trejo, p. 94

En los años setenta, Barcelona representaba una esperanza para el resto de España. O, si se prefiere, representaba el atisbo de una posibilidad. La capital catalana, a pesar de ser mucho más pequeña, menos poblada y, sin lugar a dudas, infinitamente menos relevante en el aspecto político que Madrid, se había convertido en la ciudad española más pujante, más llamativa; sobre todo para los jóvenes con inquietudes.

Por una parte, un considerable número de integrantes de la burguesía de la ciudad, nacidos entre finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, sin renegar por completo del capital o del vínculo familiar, estaban dando un giro hacia un enfoque ideológico alejado del de sus predecesores, más acorde con su condición de jóvenes formados intelectualmente según  las tendencias en boga en Europa o Estados Unidos, donde algunos de ellos estudiaron o habían estado de vacaciones. Jóvenes capaces y emprendedores, amantes del hedonismo y de la cultura, que llamaban la atención desde hacía tiempo entre la gente más avezada del país por disfrutar de lo que parecía, al menos desde la distancia, un considerable margen de maniobra tanto en el ámbito creativo como social. A los integrantes de ese grupo de fronteras más o menos difusas se les iba a conocer poco después como la gauche divine.

Por otra parte, Barcelona, o como mínimo ciertas zonas de la ciudad, tenía asociada desde principios de siglo XX la etiqueta de ser una ciudad más bien tolerante con todo tipo de vicios e incluso prácticas sexuales. De hecho, el Barrio Chino, herencia del pasado portuario de la ciudad, era conocido en Europa como un territorio casi autónomo en el que eran bien acogidos no solo los parias y los delincuentes, sino también los bohemios y los estetas de gustos menos convencionales.


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