Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

BERLIN 1946


Un reguero de pólvora, Rebecca West, p. 60

Era un automóvil excelente para la Alemania ocupada. Recorrió zumbando la larga carretera arenosa que bordeaba los alegres lagos suburbanos hasta que el horror individual del Berlín bombardeado manifestó su personalidad de repente. Las distintas ciudades presentan diferentes modos de desolación. A primera vista aquí no había escombros, y pocos solares, sino kilómetro tras kilómetro de enormes casas huecas, depuradas por el viento y la lluvia, meros diagramas de vivienda. Después de haberse pasado la vida dibujando la opulenta arquitectura de los antiguos romanos y sus descendientes renacentistas, Piranesi enloqueció en sus últimos años y se dedicó a dibujar  edificios igual de majestuosos, pero despojados hasta mostrar el ladrillo desnudo, y entregados a la áspera necesidad de ser prisiones. Berlín había experimentado precisamente ese mismo cambio. Antaño presumía de muchas grandes avenidas, bordeadas de grandes casas, ornamentadas con exceso. Los caparazones de esas casas aún se erguían. A menudo podía imaginarse que la casa entera se mantenía en pie, aunque despojada de todo ornamento, para servir a algún propósito utilitario: ser un mejor asilo o cuartel. Pero las ventanas sin cristales miraban hacia dentro, a través de la ruina sin habitaciones, hacia las otras ventanas sin cristales en el otro extremo, y mostraban el cielo vacío más allá, en una mirada fija de demente.

No resultaba fácil saber qué sentían los berlineses. Por la calle, las mujeres vestían abrigos de invierno mejores que los que habíamos visto en lnglaterra en años. Los teatros estaban abiertos: había un festival Oscar Wilde y por las fotos se veía que el vestuario era muy bonito. Pero por descontado, ninguna persona, ninguna institución, eran las mismas en esta ciudad que, mientras Londres era castigada con látigos, lo había sido a su vez con escorpiones; una continuamente se desconcertaba a su vez al dar con alguna forma familiar sin su contenido acostumbrado. Los locales a pie de calle de los edificios en ruinas estaban siendo restaurados como tiendas y un buen número de ellos abrían como librerías. Las librerías alemanas rara vez -o nunca- habían resultado tan acogedoras como lo son las mejores librerías inglesas, francesas o finlandesas, pero sí habían constituido la desembocadura de un negocio editorial inmensamente poderoso y eficiente. Ahora, sin embargo, meramente contenían propaganda aliada y una cierta cantidad de volúmenes que brindaban a algunos autores alemanes una clase de fama singularmente desagradable. Cada librería exhibía un buen montón de ejemplares de unas pocas obras de desconocidos autores alemanes; era obvio que cuando estos libreros habían retomado sus actividades con permiso de los Aliados, se habían visto forzados a surtir sus estanterías recurriendo a la exhumación de remanentes de títulos publicados antes de la guerra, que habían resultado un fracaso y habían tenido que ser almacenados.


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