Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EL RUIDO Y LA FURIA


León en el jardín, Faulkner, p. 213

FAULKNER: Eso empezó como un relato corto, era un cuento sin argumento, acerca de unos niños a los que echan de casa durante el funeral de su abuela. Eran demasiado pequeños para explicarles lo que estaba pasando y sólo veían las cosas, es decir, el lúgubre asunto de sacar el cadáver de la casa, etcétera, en relación con sus juegos infantiles, y de pronto me asaltó la idea de cuánto más se podría sacar del concepto de la inocencia ciega, centrada en sí misma, tan típica de los niños, si uno de esos niños fuese completamente inocente de verdad, vale decir, un idiota. Así nació el idiota, y entonces me interesé por la relación del idiota con el mundo en que moraba, pero nunca sería capaz de entender, y de dónde podría sacar la ternura, la ayuda que lo protegieran en su inocencia. Quiero decir «inocencia» en el sentido de que Dios lo había  cegado al nacer, es decir, privado de mente al nacer, no había nada que se pudiera hacer al respecto. Y así empezó a emerger el personaje de la hermana, y luego el del hermano, luego apareció ese Jason (que para mí representaba el mal absoluto. Es, en mi opinión, el personaje más perverso que se me ha ocurrido nunca). Luego hacía falta el protagonista, alguien que contara la historia, y así surgió Quentin. A esas alturas, ya me había dado cuenta de que no había forma de contarlo todo en un relato breve. Así que referí la experiencia que tenía el idiota de ese día, y resultó incomprensible, ni siquiera yo mismo habría podido decir qué estaba pasando, así que tuve que escribir otro capítulo. Entonces decidí dejar a Quentin narrar su versión de ese mismo día, o esa misma ocasión, y eso hizo. Y luego tenía que haber un contrapunto, que era el otro hermano, Jason. A esas alturas, resultaba todo completamente confuso. Sabía que me faltaba mucho para darlo por terminado, así que tuve que escribir otra sección, vista desde fuera, por un forastero, que era el escritor, para contar qué había ocurrido ese día en particular. Y así es cómo creció ese libro. Quiero decir, que escribí esa misma historia cuatro veces. Ninguna de las versiones estaba bien, pero había pasado tanta angustia escribiéndolas que no fui capaz de descartar nada y volver a empezar, así que la publiqué en cuatro secciones. No se trató en absoluto de un tour de force deliberado, es que el libro sencillamente creció de esa manera. Estaba tratando de contar una historia que me había conmovido mucho y fracasé cada vez, pero había puesto tanta preocupación en cada intento que no fui capaz de abandonarlo, como la madre que ha tenido cuatro niños malos y que habría vivido mejor si los hubiesen eliminado a todos, pero es incapaz de renunciar a ninguno. Y esa es la razón por la que este es el libro por el que más ternura siento, porque fracasó cuatro veces.


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