Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LOS MUERTOS


Alguien  camina sobre tu tumba, Mariana Enriquez, p. 262

No conozco muchas de las tumbas del Este, pero quiero ver la de Anna Mahler, que es una reproducción de una de sus hermosas esculturas, Vision: representa a su hija Marina tapándose la cara, como si estuviese llorando, o no quisiera ver algo. Anna Mahler se quedó sola muy pronto: su padre Gustav murió cuando ella tenía seis años, y antes había muerto su hermanita, de escarlatina; Alma, la madre, había acusado a Gustav de convocar a esa muerte con sus Kindertotenlieder, las canciones de los niños muertos. Con su madre la vida fue complicada: Alma tuvo romances con los artistas Walter Gropius y Oskar Kokoschka, pero esos eran apenas sus amantes famosos; había muchos más. Anna no soportaba bien esa vida doméstica hipersexual y se casó a los 16 para huir. La escultura sobre su tumba está rodeada de un follaje precioso. En oportunidades como esta me gustaría tener una idea remota de  botánica. ¿Cómo se llaman las flores amarillas, blancas y azules que, en muchas macetas, rodean la tumba de Michael Arbab Zadeh, muerto a los dieciséis años? La lápida es estilizada, una flecha que recuerda al chico y sus pocos años; las macetas son puro cuidado y amor. Muy cerca está Douglas Adams y los fans le pusieron un portalápices enorme que está muy bien surtido; esperaba alguna toalla, como las que cargan los obsesivos de la Guía del autoestopista galáctico los 25 de mayo. Pero no: solo lápices, lapiceras y un autito solitario, muy pequeño, que no se sabe si .es ofrenda o un juguete abandonado. La tumba de Malcolm MeLaren, el mánager de los Sex Pistols, tiene el mejor epitafio: «Mejor un fracaso espectacular que un éxito benigno.» También tiene su cara en máscara mortuoria y escultura: es sorprendente porque es anticuada, esperaba algún tipo de demencia punk, pero no. Cerca está Pat Kavanagh, la legendaria agente literaria que dejó a su esposo, el escritor Julian Barnes, para tener un romance con la escritora Jeanette Winterson. Después volvió con él. ¿La visitarán juntos? ¿Se odian, se conocen? La lápida es negra y dorada, y tiene sus iniciales, PK, como si su nombre fuera irrelevante de tan poderoso. Barnes la recuerda así en Niveles de vida: «Le dije a uno de los pocos cristianos que conozco que mi mujer estaba gravemente enferma. Me respondió que rezaría por ella. No puse reparos, pero espantosamente pronto tuve que informarle, no sin amargura, que su dios no había sido muy eficaz. Me contestó: "¿Has pensado alguna vez que ella podría haber sufrido más?"


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