Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LO LI TA


Las cosas como son, Pau Luque, p. 85

Es decir, la novela -salvo ese prólogo- está narrada desde el punto de vista único y exclusivo de Humbert. No hay un narrador omnisciente que nos remita a una suerte de descripción de lo que ocurre que al menos aspira a ser objetiva: la acción de la novela es la acción vista a través de los ojos de Humbert y, por lo tanto, lo que en ella ocurre es una descripción por parte de un ser retorcido y pedófilo. Nabokov no nos dice que haya una niña que apoye lascivamente el pie sobre el regazo de un señor de más de cuarenta años o que Lolita se contonee como una “putilla; Nabokov nos dice que se imagina que Humbert ve algunas acciones de una niña que entra en la pubertad como acciones eróticas y lascivas, como episodios activadores del juego de la sexualidad y, en consecuencia, como legitimadoras de un avance sexual.

Lolita no es una novela acerca de cómo un macho adulto no puede resistirse a las provocaciones de una adolescente. Lolita es una novela acerca de cómo un macho adulto no puede resistir sus propias ganas de follarse a una niña.

Por lo demás, son más numerosos e intensos los pasajes en que Humbert da a entender que lo que le atrae de forma enfermiza de las nínfulas no es lo que estas últimas hacen sino lo que son: nínfulas. No es que las nínfulas adopten un comportamiento provocador, es que, sencillamente, son nínfulas. Así, Humbert se jacta de poder «reconocer de inmediato, por signos inefables -el diseño ligeramente felino de un pómulo, la delicadeza de un miembro aterciopelado y otros indicios que la desesperación, la vergüenza y las lágrimas de ternura me prohíben enumerar-, al pequeño demonio mortífero entre el común de las niñas; pero allí está, sin que nadie, ni siquiera ella, sea consciente de su fantástico poden”. El hechizo maniaco se da cuando Humbert reconoce a una nínfula, el deseo pútrido se activa como si la nínfula fuera una criatura inanimada y su mera presencia lo arrebatara. N o hay seducción por parte de ella, no hay nada que ella tenga que hacer para atraerlo y, en este sentido, no hay nada que pueda hacer para no atraerlo. Las nínfulas son para Humbert un objeto más del mundo inanimado: objetos sin agencia moral, sin voluntad.

Podría pensarse que estos pasajes contradicen aquellos pocos, señalados anteriormente, en que Humbert «denuncia » ser la víctima que ha caído seducida bajo los encantos de Lolita. Y, efectivamente, son contradictorios. Humbert cree simultáneamente que una nínfula lo seduce y que no lo seduce, trata a Lolita como un objeto inanimado y a la vez sostiene que lo provoca. La mente de Humbert es incoherente. No creo que este rasgo del personaje sea un despiste de Nabokov en la narración. Más bien al contrario. Los seres retorcidos suelen ser contradictorios y seguramente así quería retratar Nabokov a ese viudo europeo de raza blanca. Que Nabokov sea capaz de hacer creíble a un personaje como el de Humbert es un mérito literario, no un error. Al imaginarse cómo funciona la mente de Humbert, Nabokov desacredita algo que solemos dar por hecho: que el mal y la crueldad son, por así decir, internamente coherentes.


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