Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

ECFRASIS


Tercer acto, Félix de Azúa, p. 117

Terminada la terapia libresca, me dejaba caer por la iglesia de Saint-Sulpice, en la plaza del mismo nombre, para mirar durante un buen rato los frescos de Delacroix, casi testamentarios, ya que murió a los dos años de terminarlos. Aéreos, sublimes, luminosos, aunque era mi favorito el de la lucha de Jacob contra el ángel, escena misteriosa que ningún comentarista de la Biblia ha sabido explicar, pues en ella el humano se enfrenta a un ángel (que bien pudiera ser el mismísimo Y ah ve) y casi le vence. Delacroix lo imagina como una escena al aire libre y bien iluminada (yo siempre lo había pensado como lucha entre la niebla, porque dice el Génesis que el encuentro comenzó al alba) y los luchadores trabados en un abrazo estático, detenido en un sin tiempo de exaltadora ligereza, como si no hicieran esfuerzo alguno ni el ángel ni Jacob, quizás porque este último había conocido del mejor modo posible a los ángeles cuando uno de ellos (¿el mismo de ahora?) detuvo la mano de su padre armada con un cuchillo de degüello y, según la estampa de Rembrandt, el cuchillo quedó flotando en el aire, estancado en otra parálisis temporal. Lo tremendo de aquella lucha es que el ángel no vence a Jacob, sino que, desesperado por la duración del combate, le descoyunta el anca (así dice el texto del Oso) y como ni aún con eso ceja Jacob, el ángel le informa de que ya nunca más se llamará Jacob, sino Israel, pero cuando Jacob le pregunta al ángel cuál es su nombre, éste no responde, sino que se disuelve en el aire. Ahora bien, la palabra «Israel» significa en hebreo «luchó con Dios”, y quedó Jacob cojo, así que decía muy ufano a sus huestes que había visto el rostro de Dios y luchado con él. Delacroix da cuenta de todo ello.


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