Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT. 1.132. LA NOCHE INTERUMPIDA / REBECA WEST


El día era tan agradable que me hizo fantasear con la posibilidad de vivir lentamente, igual que se puede tocar un instrumento con lentitud. Fue hace unos cincuenta años, en un barrio de las afueras de Londres, una calurosa tarde de finales de mayo. Yo estaba con mis dos hermanas -Cordelia y mi gemela Mary- y nuestra prima Rosamund, sentada en el cuarto de estar de nuestra casa de Lovegrove. Hacía un calor de pleno verano y la luz se reflejaba en unas tiras color miel en el suelo, el aire que había sobre ellas titilaba repleto de motas de polvo y las abejas zumbaban alrededor de una rama violeta de viburno que había en un florero sobre la repisa de la chimenea. Las cuatro estábamos sumidas en una sensación de tranquilidad que nunca habíamos experimentado antes y que nunca volveríamos a experimentar después, porque al final de aquel trimestre iba a acabar nuestro paso por el colegio y ya habíamos hecho todos los exámenes que habilitaban nuestra entrada al mundo de los adultos. Nos sentíamos tan felices como unas prisioneras que acaban de huir de la cárcel, y es que todas habíamos odiado la infancia. En aquella época existía una creencia que ha ido creciendo con el paso del tiempo desde entonces: la de que los niños no pertenecen a la misma raza que los adultos y tienen distintos tipos de percepción e inteligencia que les permiten llevar una vida aislada y satisfactoria, una creencia que me parecía entonces -y me sigue pareciendo ahora- un absurdo total.


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