Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA PLAGA AD HOMINEM


El síndrome Woody Allen, Edu Galán, p. 158

No hay mejor noticia para un machista que la palabra «machista” disparada indiscriminadamente. Si todos, sin medida, somos machitas, los verdaderos machistas se equiparan a un maleducado o a idiota y se disuelven entre la multitud infinita de machistas. Regresamos a la pelea por lo simbólico y a una mecánica sofista similar a las de las microagresiones, pero hablemos claro: alguien es machista por condiciones materiales que lo puedan caracterizar como tal, no porque tro diga que lo es. Un hombre que profiera  comentarios inadecuados puede ser o no machista; estaremos de acuerdo en que es un metepatas social. A un agricultor anciano de Huelva que defienda que las mujeres no deben ser futbolistas, no se le podría calificar como machista del siglo xxr, sino como una pobre reliquia de un machismo rancio que pronto desaparecerá, ya que nadie (estadisticamente) defiende su postura. En cambio, si este anciano no es ni agricultor ni de Huelva, sino que preside un banco con sede en Santander ya podríamos poner dudas a su condición de «viejunez” irrelevante por su situación de poder sobre mujeres. Por último, la etiqueta de «machista” se le queda corta a un maltratador que mata a su mujer porque considera que es de su propiedad. Eso sí, estará encantado que le metan en el saco del machismo generalizado. «Nos persiguen por ser hombres”, probablemente pensará.

Con estos ejemplos -muy groseros- trato de reivindicar los matices, que parecen desaparecidos en una época de etiquetado rápido y maniqueísmo. Eres o no eres machista, y para pasar de un estado a otro solo necesitas contar un chiste inadecuado en un contexto no controlado, escribir personajes machistas de ficción o tratar de explicar por qué Woody Allen ha pasado de ser inocente a culpable en diez años-.

En este ambiente en el que se tiende a dicotomizar la realidad en agresores y víctimas, opresores y oprimidos o buenos y malos, reina el argumento ad hominem. Siempre me he preguntado por qué se llama «argumento” cuando, en realidad, se trata de una falacia muy popular hoy dia: descartar un razonamiento basándose en las características de quien la emite.

Para opinar sobre algo, en nuestro tiempo debes pertenecer al sobre el que opinas. No se te ocurra escribir sobre mujer siendo hombre, no se te ocurra dar tu visión sobre la situación de negros africanos en España si no eres un negro africano en España, nombres a España si eres catalán, no nombres a Cataluña si eres y, por supuesto, ¿cómo te atreves a valorar el juego del Real siendo barcelonista? Esta plaga ad hominem descarta la calidad, o el análisis crítico del argumento y, sobre todo, descarta las materiales del sujeto en cuestión para centrarse en las características del emisor del argumento.


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