Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

PAPAGENO

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Exhalación, Ted Chiang

No es ninguna coincidencia que “aspiración” signifique al mismo tiempo tener esperanza y el acto de respirar. Cuando hablamos, usamos el aliento de nuestros pulmones para darle a nuestros pensamientos una forma física. Los sonidos que emitimos son simultáneamente nuestras intenciones y nuestra fuerza vital.

Hablo, luego soy. Los aprendices vocálicos, como los papagayos y los humanos, somos tal vez los únicos que comprendemos del todo la verdad que hay en esto.

Dar forma a los sonidos con la boca tiene algo placentero. Es tan primario y visceral que, a lo largo de la historia, los humanos han considerado esta actividad una senda hacia lo divino. Los místicos pitagóricos creían que las vocales representaban la música de las esferas, y salmodiaban para extraer poder de ellas.

Los cristianos pentecostales creen que cuando hacen uso de lo que llaman “don de lenguas”  están hablando el idioma que emplean los ángeles en el cielo.

Los brahmanes creen que al recitar mantras refuerzan los ladrillos que construyen la realidad. Sólo una especie de aprendices vocálicos atribuiría tanta importancia al sonido en sus mitologías. Nosotros los papagayos sabemos valorarlo.

Según la mitología hindú, el universo fue creado con un sonido: “om”. Es una sílaba que  contiene en su interior todo lo que siempre fue y ha sido. Cuando el telescopio Arecibo se orienta hacia el espacio entre las estrellas, oye un leve canturreo.

A esto, los astrónomos lo llaman el fondo de microondas cósmico. Es la radiación residual del Big Bang, la explosión que creó el universo hace catorce mil millones de años.

Pero también podemos considerarla como una reverberación apenas audible de aquel “om” origínal. Esa sílaba era tan retumbante que el cielo nocturno seguirá vibrando mi entras dure el universo.

Cuando Arecibo no está escuchando otra cosa, escucha la voz de la creación.

Nosotros los papagayos portorriqueños tenemos nuestros propios mitos. Son más simples que la mitología humana, pero yo creo que a los humanos les agradarían. Ay, nuestros mitos se están perdiendo a medida que mi especie desaparece. Dudo que los humanos lleguen a descifrar nuestro idioma antes de que nos hayamos esfumado.

De modo que la extinción de mi especie no sólo supone la pérdida de un grupo de aves. Significa también la desaparición de nuestro idioma, nuestros rituales, nuestras tradiciones. Significa el silenciamiento de nuestra voz.


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