Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DE LA UNIVERSIDAD


El síndrome Woody Allen, Edu Galán, p. 236

En la actualidad norteamericana, desde que el alumno llega a la universidad se establece una relación terapéutica donde el aprendizaje pasa a un segundo plano y se antepone la posibilidad de ser dañado, luego la seguridad y, por tanto, la hiperprotección. Funciona este sistema dentro de un continuo instalado ya en nuestra sociedad: una generación de padres helicóptero continúan con esa relación, esta vez a través de la universidad -que financian-, alargando la niñez y adolescencia de sus hijos y, en el proceso, convirtiéndola en ..

En España comienza a verse con normalidad que un universitario acuda a la revisión de un examen acompañado de sus padres o que estos duerman en el colegio mayor cuando su hijo está enfermo, hasta el punto de que la Agencia Española de Protección de Datos haya admitido que, mientras los progenitores financien la carrera de su hijo, puedan tener acceso a sus calificaciones y faltas de asistencia como ocurre en el instituto. De esto se deduce que si el banco, Cofidis o Google fuese el pagador del crédito, también debería tener ese mismo derecho. Démosles tiempo.

Como advierten algunos autores, en Estados Unidos ya se ha normalizado este formato en la universidad. Se establece que la psique del estudiante adulto es una especie de mercancía frágil destinada a romperse al minimo bache. Esto enlaza poderosamente con la psicologización de la sociedad actual, en la cual se propone como válida una contradicción que tiene peligrosísimas consecuencias para el discurrir cotidiano de la persona en el salvaje capitalismo occidental: algunos educadores aseguran que cuanto más se libere al sujeto de contrariedades, ofensas o azares, es decir, cuanto más se le separe de la vida, más preparado estará para afrontarla. Esta concepción conduce sin remedio a la medicalización de la sociedad -algo que ya vimos-, porque si algo define a la vida son las contrariedades, las ofensas y los azares, y si la persona sana no lo quiere aceptar siempre tendrá –a buen precio- tendida la mano de las farmacéuticas. Pero los que no queremos desnaturalizar la realidad ni, en consecuencia, patologizarla hemos perdido: algunos expertos comienzan a señalar que la adolescencia -esa época que queremos librar de contrariedades, ofensas y azares- dura hoy de los diez a los veinticuatro años y que las leyes deberían adaptarse a esta novedad.


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