Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

IBAHERNANDO

El monarca de las sombras, Javier Cercas, p.29
Pero que las condiciones de servidumbre medieval apenas hubieran cambiado desde antiguo para los habitantes de Ibahernando no significa que no hubieran cambiado en absoluto o que no empezasen a cambiar, como minimo en parte y para algunos. Todavía a mediados de siglo XIX, un célebre diccionario geográfico redactado por un célebre liberal español acogía un retrato desconsolado del pueblo; según él, Ibahernando era un rincón inclemente adonde no llegaban ni la carretera ni el servicio postal y donde mil doscientas cinco almas se hacinaban en ciento ochenta y nueve casas lamentables, con una escuela primaria, una iglesia parroquial, una fuente pública y un Ayuntamiento tan pobre que no podía atender ni las urgencias más elementales de sus vecinos. Sólo unas décadas después de esa descripción, a finales del siglo XIX o principios del xx, el retrato del liberal español hubiera seguido siendo un aguafuerte de la España negra, pero quizá hubiera sido algo distinto. Por aquella época, justo antes del nacimiento de Manuel Mena, algunos campesinos emprendedores se animaron a arrendar las tierras de los aristócratas absentistas. El hecho supuso una alianza frágil y desigual entre aristócratas y campesinos o, para ser más precisos, entre algunos aristócratas y algunos campesinos; también supuso una pequeña mutación que tuvo varias consecuencias entrelazadas. La primera es que los campesinos emprendedores comenzaron a prosperar, primero gracias a los beneficios de la explotación de sus arrendamientos y más tarde gracias a los beneficios de la explotación de las pequeñas fincas que comenzaron a adquirir gracias a los beneficios de la explotación de sus arrendamientos. La segunda consecuencia es que esos campesinos con tierra se transformaron en capataces o delegados de los intereses de los aristócratas y empezaron a relegar sus propios intereses y a confundirlos con los de los aristócratas, algunos empezaron incluso a querer mirarse a distancia en el espejo inalcanzable de las costumbres y las formas de vida patricias y a pensar que, por lo menos en el pueblo, podían llegar a ser patricios. La tercera consecuencia es que los campesinos con tierra empezaron a dar trabajo a los campesinos sin tierra y los campesinos sin tierra a depender de los campesinos con tierra y a considerarlos como los ricos o los patricios del pueblo. La cuarta y última consecuencia -la más importante- es que el pueblo empezó a incubar una fantasía de desigualdad básica según la cual, mientras los campesinos sin tierra no habían dejado de ser pobres ni de ser siervos, los campesinos con tierra se habían convertido en ricos patricios, o se hallaban en camino de hacerlo.

Era una pura ficción. La realidad era que los campesinos sin tierra seguían siendo pobres aunque cada vez fueran menos, y que, aunque cada vez fueran más, los campesinos con tierra no eran ricos: simplemente algunos habían dejado de ser pobres, o como minimo estaban empezando a salir de su miseria de siglos; la realidad es que, creyeran todos lo que creyeran, los campesinos con tierra no eran patricios sino que seguían siendo siervos, pero los campesinos sin tierra podían convertirse o se estaban convirtiendo ya en siervos de siervos. En resumen: hasta entonces los intereses de los habitantes del pueblo habían sido en lo esencial idénticos, porque todos eran siervos y todos sabían que lo eran; a partir de entonces, sin embargo, empezó a instalarse el espejismo artificial de que en el pueblo había siervos y patricios, y los intereses de sus habitantes empezaron a divergir, artificialmente.

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