Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DE LA RELIGION

El dolor de los demás, MA Hernández, p. 161
Me reconocí en esas páginas. Su lectura me condujo directamente hacia los años en que la religión también había sido para mí el nodo central en torno al que giraba la vida. Hace ya bastante tiempo que logré distanciarme, pero no puedo entender mi infancia y mi adolescencia sin la presencia constante de la Iglesia. Como Carrere, hubo un tiempo en que la religión fue el eje de mi existencia.

Sin embargo, a diferencia de él, yo nunca tuve fe ni fui un devoto. Al menos no con la intensidad que él describe en su libro. Para mí todo aquello no era más que una rutina, una inercia de la que no sabía muy bien cómo escapar. Los años de monaguillo, la misa semanal, las confesiones, las lecturas de los domingos, los viacrucis, las catequesis, las reuniones con el párroco, las visitas al convento ... Nunca llegué a creérmelo del todo. ¿Por qué lo hacía, entonces? Me lo he preguntado muchas veces y creo que al final he logrado dar con una respuesta. Lo hacía por lo mismo que he hecho muchas cosas en esta vida: por compromiso. Por una especie de deber adquirido del que no sabía cómo salir. Porque se suponía que eso era lo que me correspondía hacer en ese momento y no tenía el coraje de negarme. Por no decepcionar a mi madre o a mi hermano. Porque era más fácil seguir haciéndolo que decir que no. Por eso fui monaguillo hasta los catorce años y acudí a misa todas las semanas hasta pasados los veinticinco, por eso hice la confirmación y me casé por la Iglesia, y por eso aún siento cierta culpabilidad cuando oigo las campanas sonar los domingos por la mañana y me quedo durmiendo en la cama. Porque la Iglesia está dentro de mí. La Iglesia y todo lo que representa. La culpa, el pecado, los prejuicios. También algunas cosas buenas. La caridad, la responsabilidad, el sacrificio, la piedad. Supongo que uno nunca deja de ser cristiano, aunque deje de creer, o incluso aunque nunca haya sido devoto. La Iglesia camina sobre nosotros y da forma a nuestra subjetividad. Se queda ahí para siempre, como un virus residente.

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