Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

PADRE E HIJOS

Elegía, Philip Roth, p 77
Cuando huyó de Nueva York, eligió la costa como su nuevo hogar porque siempre le había encantado bañarse en el mar y luchar contra las olas, y porque estaba felizmente asociado a aquel sector de la costa de Jersey debido a su infancia, y porque, aunque Nancy no estuviera con él, tan solo se encontraba a una hora de distancia, y porque vivir en un entorno relajante y confortable sin duda sería beneficioso para su salud. Aparte de su hija, no había ninguna mujer en su vida. Ella nunca dejaba de llamarle antes de salir por la mañana hacia el trabajo, pero, por lo demás, el teléfono casi nunca sonaba. Ya no buscaba el afecto de los hijos habidos de su primer matrimonio; tanto ellos como su madre sostenían que nunca había hecho lo correcto, y ofrecer resistencia a la constante reiteración de esas acusaciones y a la versión que daban sus hijos de la historia familiar requeriría un grado de combatividad que había desaparecido de su arsenal. La combatividad había sido sustituida por una enorme tristeza. Si, en la soledad de sus largas noches, cedía a la tentación de llamar a uno u otro de ellos, luego siempre se sentía entristecido, entristecido y derrotado.

Randy y Lonny eran los que le hacían sentirse más culpable, pero no podía seguir dándoles explicaciones acerca de su comportamiento. Lo había intentado a menudo cuando eran jóvenes, pero entonces eran demasiado jóvenes y estaban demasiado furiosos para comprender, y ahora eran demasiado mayores y estaban demasiado furiosos para comprender. ¿Y qué era lo que debían comprender? A él le resultaba inexplicable la emoción con que seguían insistiendo gravemente en condenarlo. Él actuó de la manera en que lo hízo del mismo modo que ellos actuaban de la manera en que lo hacían. ¿Era acaso más perdonable su firme postura de negar el perdón? ¿O a todos los efectos menos dañina? Él era uno más entre los millones de norteamericanos cuyo divorcio había destrozado una familia. Pero ¿había pegado a su madre? ¿Los había maltratado a ellos? ¿Había dejado de mantener a su madre o a ellos? ¿Alguno de ellos había tenido que rogarle alguna vez que le prestara dinero? ¿Había mostrado excesiva severidad en alguna ocasión? ¿No había hecho todos los intentos posibles de acercamiento? ¿Qué era lo que podría haber evitado? ¿Qué podría haber hecho de un modo diferente para que todo fuera más aceptable por parte de ellos, salvo lo único que no podía hacer, que era seguir casado y vivir con su madre? O lo comprendían o no, y tristemente para él (y para ellos), no lo comprendían. Tampoco podrían entender jamás que él había perdido la misma familia que ellos. Y sin duda había cosas que él seguía sin comprender. Y eso no era menos triste. Nadie podría decir que no le embargaran la suficiente tristeza ni el remordimiento para incitar la fuga de preguntas con las que trataba de defender la historia de su vida.

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