Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

RICHARD FORD

Sólo amigos, Richard Ford (Granta 7)
Pero claro, ¿quién puede decir que no se ha avergonzado alguna vez de su propia falsedad? No hace falta ser novelista para que ocurra. Basta con estar vivo. En algún momento posterior (me gustaría decir, por fin) unas cuantas almas perseverantes consiguen atravesar la tormenta de mis defectos personales y me encuentran más o menos aceptable. Aunque nunca sin haber tomado conciencia de cómo es en realidad la persona con quien han entablado amistad.

Aparte de eso, tiendo a ser duro con los pocos amigos que poseo. No me irrito con facilidad, pero sí tengo mal carácter y acostumbro a ofenderme, cosa que siempre lleva a primar a uno mismo a expensas de los demás. Cuando me enfado puedo ser muy pero que muy franco, algo que no complace a muchas personas (¿y quién podría culparlas?). En ocasiones tiro por la borda alguna amistad sin previo aviso y sin comunicárselo al otro, pero nunca (según mi punto  de vista) sin motivo; aunque los motivos varíen desde la perfidia manifiesta hasta la mera lasitud ante lo que parecen ser los requisitos bastante laxos de la amistad. La lista de mis ex amigos no es larga, pero me resulta alentador saber que por lo menos valoro lo suficiente el concepto de la amistad para dejar atrás a ciertos amigos. Cuando busco las razones para la falta de firmeza de mis amistades, estoy seguro de que el culpable soy yo. En mi experiencia, la naturaleza siempre vence a la educación. Y, de todos modos, es posible que no me criara con lo que podrian considerarse “modelos sólidos” de amistades duraderas. Tengo amigos de los viejos tiempos. Pero de nuevo, no demasiados. Mis padres conocían a gente a la que solían llamar “amigos”. Pero lo único que les vi hacer con esa gente era cenar juntos y beber unas copas. Y a menudo no decían cosas muy agradables de «sus amigos» ... Como si en realidad esas personas no fuesen en absoluto amigas. Y ya puestos, ni mi madre ni mi padre (sólo estábamos nosotros tres) eran demasiado amigos de sus respectivas familias, ni propias ni políticas. A mi madre no le caía bien ni la madre de mi padre ni su propia madre ni su padrastro. A mi padre (cuyo padre se había suicidado) no le caía bien el marido de su hermana. Bueno, a casi nadie le caía bien. Y así suma y sigue.

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