Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LUIS BUÑUEL

Impón tu criterio, E. Vila-Matas, p. 440
En Mi último suspiro no hay lugar para el tedio porque un finísimo hilo lo está quebrando siempre. Habla Buñuel, por ejemplo, del pedantismo de las jergas literarias, fenómeno típicamente parisiense que causa estragos, cuando se acuerda del joven intelectual mexicano que conoció en una escuela de cine de D F y de quien, al preguntarle qué enseñaba, recibió esta respuesta:
-La semiología de la imagen clónica.
Lo hubiera matado, dice Buñuel.
Y a continuación -tirando del hilo del crimen- da otro salto en la conversación y añade a bote pronto lo siguiente: detesta a muerte a Steinbeck. Le habría matado, dice, a causa de un artículo en el que contaba -seriamente- que había visto a un niño francés pasar ante el Palacio del Elíseo con una barra de pan en la mano y presentar armas con ella a los centinelas: “Steinbeck encontraba este gesto "conmovedor", pero  ¿cómo se puede tener tan poca vergüenza? Steinbeck no sería nada sin los cañones americanos. Y meto en el mismo saco a Dos Passos y Hemingway. ¿Quién les leería si hubiesen nacido en Paraguay o en Turquía? Es el poderío de un país lo que decide sobre los grandes escritores ...”.
Ahí está ya el Buñuel de la segunda parte del retrato de Marsé, el hombre absoluta y admirablemente libre. El mismo que huye con dolor de barriga de una salita de cine. Un perfecto anarquista baturro. El mismo hombre libre que nos narra en Mi último suspiro su última aventura en Hollywood: habiendo sido nominado para los Óscar, le visitaron cuatro periodistas mexicanos amigos y le preguntaron si creía que ganaría. Estoy convencido, les dijo, ya he pagado los veinticinco mil dólares que me han pedido, y los norteamericanos tienen sus defectos, pero son hombres de palabra.
Cuatro días después, los periódicos mexicanos anunciaban que había comprado el Óscar por veinticinco mil dólares. Escándalo en Los Ángeles. El productor Silberman no podía estar más molesto con Buñuel. Pero tres semanas después la película obtenía el Óscar, lo que le permitió insistir en su idea:

-Los americanos tienen sus defectos, pero son hombres de palabra.

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