La inesperada verdad sobre los animales, Lucy Cooke, p. 330
El pingüino de Adelia es uno de
los pocos animales del planeta que se entregan a la prostitución. Es el clásico
pingüino de cómic que te llega a la altura de la rodilla. Es el ave que
nidifica más al sur de todas las que lo hacen, y se agrupa en vastas y ruidosas
colonias al principio del corto verano para anidar en los límites de la
península Antártica. Hacia el final de la temporada, cuando el clima se hace
más cálido, existe el peligro de que los sencillos nidos de piedra del pingüino
se inunden, y los embriones se ahoguen en el interior de los huevos, debido al
agua del deshielo. De modo que las hembras van a la caza de nuevos guijarros
para reforzar su inversión parental. Es muy frecuente que los roben de otros nidos,
y son habituales las refriegas. «Pueden ser sorprendentemente brutales,
picoteándose' y golpeándose repetidas veces unos a otros con las aletas”, me
explicaba Davis.
Algunas hembras astutas han
aprendido a evitar ser atacadas por los propietarios de guijarros más posesivos
centrando su atención en los nidos de machos sin descendencia que viven en las
lindes de la colonia. Al no tener deberes parentales, estos solteros disponen
de tiempo para entregarse a una extravagante búsqueda y acumulación de guijarros,
y llegan a construir auténticos castillos de piedra. También están
extremadamente desesperados por esparcir su semen. La taimada hembra acude a
uno de esos machos con una profunda inclinación y mirándolo de reojo con
coquetería, como si quisiera copular con él. El macho también se inclina, se
hace a un lado para permitir que la hembra se tienda en su castillo de
guijarros, y se dispone a procrear. El sexo es cosa rápida, y no es infrecuente
que el inexperto macho no afine bien y yerre su objetivo. Una vez consumado el
acto, la hembra regresa a su nido con un guijarro hurtado en el pico.
Davis observó que algunas hembras
especialmente astutas robaban piedras a los machos sin siquiera ofrecerles sexo
a cambio. Flirteaban tal como hemos explicado, pero se saltaban la parte del
sexo y se limitaban a largarse a toda prisa con una piedra. En palabras de
Davis, la hembra “coge el dinero y corre». En respuesta, nunca se veía a los
machos enzarzarse en una refriega, aunque algunos de ellos hacían un
desesperado intento de reclamar sus derechos conyugales cuando la hembra
emprendía una precipitada huida con su botín. Y engañar a aquellos machos
resultaba patéticamente fácil: una timadora muy eficaz fue grabada birlando
sesenta y dos piedras en el plazo de una hora.
Davis me explicó que las hembras
han aprendido que los machos «no es que sean exactamente tontos, sino que más
bien están desesperados». Tienen grandes nidos de piedra y no mucho que perder.
Si hay una posibilidad de que la hembra acepte mantener relaciones sexuales,
les merece la pena asumir el riesgo. Puede que parezcan unos necios, pero, como
admitía Davis, «desde una perspectiva evolutiva es una jugada muy inteligente”.
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