El club de lectura de David Bowie, p. 54
Dolores Haze, “Lolita”, de doce
años, fue el pasaporte de Vladimir Nabokov al reconocimiento y a la fama. Ella
es la infeliz presa del héroe-narrador de Lolita, Humbert Humbert, un académico
y poeta menor que vive de una herencia y acaba en Ramsdale, Nueva Inglaterra,
hospedándose en casa de una rica viuda, Charlotte Haze. Se casa con Charlotte,
pero a quien desea de verdad es a su hija, pues Humbert es un pedófilo
obsesionado con niñas de entre nueve y catorce años a las que llama “nínfulas”.
Tras la muerte de Charlotte -es atropellada al cruzar la carretera a toda prisa
para enviar unas cartas que denuncian a Humbert, cuya verdadera naturaleza
acaba de descubrir-, Humbert se lleva a Lolita en una odisea por moteles americanos,
solo para que ella lo acabe abandonando por un dramaturgo, Ciare Qgilty ...
El lector descubre con aprensión
que Humbert es un acompañante sensacional: irónico, pagado de sí mismo,
despectivo, snob, narcisista. Su mirada desdeñosa de habitante del Viejo
Continente sobre el consumo estadounidense es desternillante. El lenguaje magistral
de Nabokov, repleto de hábiles juegos de palabras y alusiones, nos maravilla y
nos aboca a la complicidad con el monstruo, con el violador en serie de niñas.
En 1959, con lo ganado por el
éxito de Lolita, Nabokov se marchó de los Estados Unidos para regresar a
Europa, y se mudó a una suite de la sexta planta del Hotel Palace de Montreux,
en Suiza, no demasiado lejos de la casa de Bowie en Lausana; aunque cuando el
cantante se mudó allí, Nabokov ya había muerto. Durante muchos años, la edición
de Penguin de Lolita llevaba en la portada el cuadro “Niña con gato” (1937),
obra de otro de los vecinos suizos de Bowie, el huidizo artista Balthus, a
quien Bowie entrevistó en profundidad para la revista Modern Painters en 1994.
Nabokov tenía un porte magnífico,
regio. “No creo que un artista deba preocuparse por su público», dijo en la
revista The Listener de la BBC. “Su mejor público es la persona que ve en el
espejo de afeitarse cada mañana». Tras, la debacle de los años ochenta y el
fiasco de los álbumes Tonight o Never Let Me Down, Bowie llegó a compartir
aquel punto de vista: “Mis grandes errores siempre se deben a que intento
adivinar qué quiere el público o complacerle», admitió en 2003 en la revista
The Word. “Mi obra es siempre más potente cuando soy muy egoísta con ella».
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