De Limonov, de Emmanuel Carèrre, p. 124
La atmósfera en el Russko, Dielo
es tibia, polvorienta, muy rusa. Café por la mañana, té con mucho azúcar a
rodas horas y, casi un día sí y otro no, un cumpleaños que justifica que se saquen los pepinillos encurtidos, el vodka y
el coñac Napoleón para los Iinotipistas, que es su gran esnobismo. Se llaman “querido”
y "Eduard Veniamínovich”, tan largo como un brazo. En suma, es un lugar
cálido, relajante para alguien que acaba de desembarcar y no habla inglés, pero
es también un hospicio donde se han frustrado las esperanzas de quienes han
tenido que llegar a América creyendo que les aguardaba una vida nueva y se han
empantanado en esta tibieza muelle, estas querellas nimias, estas nostalgias y
vagas esperanzas de retorno. El enemigo jurado para todos ellos, más aún que
los bolcheviques, es Nabokov. No porque Lolita les escandalice (bueno, sí, un poco),
sino porque ha dejado de escribir novelas de emigrado para emigrados, le ha
vuelto la espalda a su pequeño universo rancio. A Eduard, por odio de clase y
desprecio de la Iiteratura para literatos, le disgusta Nabokov más que a ellos,
pero noquisiera por nada del mundo detestarle por las mismas razones que dios,
ni demorarse entre estas paredes que huelen a tumba y a pis de gato.
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