Tumbada en la oscura habitación,
con los ojos cerrados, una anciana hurga en sus memorias más tempranas y
encuentra allí tres recuerdos: cuando para ella muchas cosas de este mundo aún
no tenían nombre, un chico le mostraba un objeto afilado, diciendo:
"Cuchillo»; cuando todavía creía en los cuentos de hadas, una voz le
susurraba la historia del ave que con el pico se abría el pecho y se arrancaba
el corazón; cuando el tacto le decía más que las palabras, una mano se acercaba
a su rostro, acariciándolo con una manzana. Aquel chico de sus recuerdos que la
acaricia con una manzana, le susurra una historia y le enseña un cuchillo es su
hermano Sigmund. La anciana que está recordando soy yo, Adolphine Freud.
-Adolphine -resonó en la
oscuridad de la habitación-. ¿Duermes?
-No, estoy despierta -contesté. A
mi lado, en la cama, estaba mi hermana Pauline.
-¿Qué hora es?
-Sobre la medianoche, supongo. Mi
hermana se despertaba todas las noches e nvariablemente, con idénticas palabras,
refería la misma historia:
-Éste es el fin de Europa.
-Muchas veces se ha visto llegar
el fin de Europa.
-Nos matarán como a perros.
-Ya lo sé.
-¿Y no te da miedo?
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