Con arreglo a la lógica madrileña, conocí a JB veinte años después de los debido. Cuando nos conocimos, y en Barcelona pata mayor incongruencia, resultó ser Benet aquel tipo con el que venía cruzándome en los últimos veinte años por bares y terrazas, ateneos y saraos, tertulias y casas de comidas. La presunción madrileña de que aquí todos nos conocemos y que la presentación, por tanto, es una costumbre de bárbaros, provocó este retraso histórico [...]
Basta ser un modesto benetólogo par saber que en esta singular personalidad el valor y el ejercicio de la amsitad tienen las características más sólidas y tradicionales, más romanas. Juan conserva amigos de décadas con la lozanía de sus amistades recientes. En el caso de la nuestra, después de veinte años de desconocimiento, nos puso al día no tanto la común experiencia de habernos educado por el Madrid menos recomendable del medio siglo, sino primordialmente nuestra común afición a la felicidad.
Juan, quizá por practicarla más, cree menos que yo en esemejante ocurrencia, pero ya se sabe que la existencia de la felicidad sólo se demuestra andando. A cambio, presume de un carácter espartano, probablemente para no presumir de su capacidad de trabajo, que, además de grande, es polígrafa. [...]
Como lector le debo muchas horas gozosas. como colega, más de lo que estoy dispuestoa reconocer en su presencia. En la única contabilidad que la amistad tolera, la multiplicación de la amistad, nunca olvidaré que, entre algunos que por Juan conocí, soy amigo de Alberto Machimbarrena. Todo lo cual representa una compensación más que suficiente a un viaje de Madrid a Región con JB, oyéndole, sin perdonar espiga, distinguir el trigo de la cebada.
Crónicas correspondidas, de J García Hortelano, p. 179-181
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