Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

GLENN GOULD


El malogrado, Thomas Bernhard, p. 82

Al principio nos había espantado ver las esculturas, aquel monumentalismo estúpido de mármol y granito, y Wertheimer, sobre todo, había retrocedido, pero Glenn había afirmado en seguida que las habitaciones eran las habitaciones ideales y, a causa de los monumentos, todavía más ideales para nuestro objeto. Las esculturas eran tan pesadas, que fracasábamos al intentar mover la más pequeña, nuestras fuerzas no bastaban y, sin embargo, no éramos debiluchos, los virtuosos del piano son personas fuertes con una resistencia inmensa, muy en contra de la opinión general. Glenn, al que todos creen, todavía hoy, de la constitución más débil imaginable, era un tipo atlético. Hundido ante el Steinway y tocando, parecía un inválido, y así lo conoce todo el mundo musical, pero todo el mundo musical sufre un engaño completo, pensé. A Glenn se le describe, en todas partes, como inválido y debilucho, como alguien espiritualizado, al que sólo se concede la invalidez y la hipersensibilidad que hace causa común con esa invalidez, pero era realmente un tipo atlético, mucho más fuerte que Wertheimer y yo juntos, eso lo habíamos vuelto a ver en seguida cuando se puso a cortar, con sus propias manos, un fresno que había ante su ventana y que, como él mismo lo expresó, le estorbaba para tocar el piano. Serró el fresno, que tenía un diámetro de medio metro al menos, él solo, no nos dejó acercarnos en absoluto al fresno, troceó también en seguida el fresno y apiló los troncos contra la pared de la casa, el típico norteamericano, había pensado yo entonces, pensé. Apenas había serrado Glenn el fresno que, al parecer, le estorbaba, había tenido la idea de correr sencillamente las cortinas de su habitación, y de bajar las persianas. Hubiera podido ahorrarme cortar el fresno, dijo, pensé.


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