Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EXPULSION


El último hombre blanco, Nuria Labari, p. 43

La mujer se cubre los pechos y el sexo con las manos y arquea un poco la espalda para tratar de esconder lo que queda a la vista, para disculparse por lo que queda a la vista. Esa mujer intenta ocultar su cuerpo porque siente vergüenza de él y porque sabe que allí adonde se dirige no puede acompañarla. Tiene que esconderlo a toda costa. Lo que no puede ocultar ahora es su rostro, una mueca que es grito y aullido, un desgarro con el que clama justicia y compasión y que nadie atenderá jamás. El fresco es de Masaccio, de 1424, y retrata la  expulsión del Paraíso. Se supone que la mujer tiene un berrinche porque ha perdido su jardín, pero lo que está pasando es que a esa mujer le están arrancando su cuerpo. Dios, su padre, su amante o su jefe de departamento han empezado a arrancarle la piel a tiras. A su lado camina un hombre que se tapa la cara con las manos y llora de dolor. Él tiene su sexo descubierto y lo único que intenta ocultar es su fracaso. Por eso se tapa los ojos con las manos, para no verlo y para no verse. Ella quiere ser invisible para los demás, él desearía no ver nunca en quién se ha convertido. Ella siente vergüenza de su cuerpo mientras él sabe que ha perdido el suyo para siempre y llora con la vergüenza de quienes se dan por vencidos. No clama justicia, ni siquiera compasión para él o para su compañera. Él no esconde su sexo ni su cuerpo, porque no es capaz de reconocerse en su cuerpo. Él cree que es su pensamiento y sus acciones, y oculta su cabeza porque esa es su genuina vergüenza. Caminan juntos, como si sus destinos estuvieran unidos, pero no se miran ni se tocan, cada uno avanza centrado en su propia tragedia, no tienen ojos para nadie más.


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