Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

1.011. ALFRED HITCHCOK / DONALD SPOTO


Marzo de 1979
Periodistas y fotógrafos, aficionados al cine y buscadores de autógrafos, y huéspedes del Hotel Beverly Hilton, se congregaron en el vestíbulo durante toda la tarde, y a las cinco y media del 7 de marzo de 1979 los recepcionistas y los botones descubrieron que sus tareas de rutina se habían hecho casi imposibles. El hotel, en la intersección de los bulevares Wilshire y Santa Mónica en Beverly Hills, California, estaba completamente lleno, y durante todo el día había una sensación cada vez más clara de que estaba a punto de producirse un acontecimiento importante que quedaría registrado para la posteridad.
A lo largo de toda la tarde, fueron estratégicamente situados armazones de tres metros de altura con focos de enorme voltaje desde la puerta principal del hotel y a lo largo de toda la entrada hasta el gran salón de baile; kilómetros de gruesos cables negros conectaban generadores a cámaras, a luces y a tableros de control; máquinas grabadoras, montadoras y micrófonos eran desembalados y probados. Directores técnicos supervisaban a carpinteros y electricistas; hombres y mujeres jóvenes de los estudios de televisión estaban dirigiendo el tráfico dentro y fuera, y miembros del comité organizador del banquete estaban efectuando los ajustes de último minuto en la disposición de los asientos.
Mil quinientas personas iban a asistir a la ceremonia de aquella noche, y muchos millones, gracias a la tecnología, iban a poder ver por televisión una versión grabada y montada del acto dentro de aquella misma semana. Dentro del salón de baile, habían sido dispuestas ciento cincuenta mesas para una cena de cuatro platos, y se había construido un pequeño escenario, con un podio para oradores, y dominándolo todo enormes fotografías de estrellas de cine en una gran variedad de decorados y situaciones dramáticas.
A las seis, como a una señal, los primeros automóviles se detuvieron a la entrada del hotel, y los espectadores curiosos -retenidos por cordones de terciopelo y guardias vestidos de azul- tensaron sus cuellos para ver el desfile de aquellos que acudían a una cena de trescientos dólares el cubierto.

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