Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

JAMESIANA


Sexual personae, Camille Pagia, p. 758
Pasemos, pues, a sus últimas novelas. Para mí, la crítica temprana de James tiene un tono más acertado que los estudios académicos más recientes, que tienden a ser más reverentes. Por ejemplo, en 1916, Rebeca West observaba que James «se dispuso a construir una historia de piedra de las pirámides y un escenario que podría constituir el emplazamiento de una gran ciudad». Describe West «esas grandiosas frases que se extienden página tras página de The Golden Bowl (La copa dorada, 1904), produciendo tal efecto de invasión vegetal que uno tiene la sensación de que si cortara unos esquejes podría plantar una biblioteca en el jardín”.
He aquí un ejemplo de uno de esos esquejes tornado de La copa dorada. El Príncipe Amerigo está pensando en Charlotte Stant: «No había nada en ella que la definiera por completo; era extraña, un producto especial. Su soltería, su soledad, su falta de medios, es decir, su falta de relaciones y otros privilegios, contribuían en cierto modo a enriquecerla con una neutralidad extraña y preciosa; constituían en ella, tan distante y, sin embargo, tan consciente, una especie de pequeño capital sociai. Nada que la definiera: nos dejan en el limbo. Las novelas sociales trazan normalmente las relaciones sociales. Pero James quiere una Charlotte sin relaciones. Distante, neutra y sin relaciones, flota sin trabas. James desorienta al lector al atenuar las premisas espaciales y psicológicas de la percepción. El personaje que tenemos ante nosotros se hace cada vez más, no menos, nebuloso; una aparición que por más que nos esforcemos en enfocar elude la resolución tridimensional. La sintaxis es igualmente perversa. La prosa se interrumpe a sí misma con circunloquios, infinitos calificativos de precisión decadentista y una pedantería que insensibiliza mediante la hiperabstracción.
El estilo de James es desconcertante. Esto es, dispone su prosa como una especie de deflector o barrera entre el lector y la cosa descrita. En los diálogos, lo no dicho presiona sobre lo que se dice. En las últimas novelas, la misma prosa es la que ejerce esta presión, forzando al lector a someterse. Hay un oscurantismo provocador. Por ejemplo, Strether le pregunta a alguien: «¿Para qué sugiere que yo supongo que ella le elegirá a usted?». Este abigarrado cúmulo de suposiciones, con su majestuosa rotación de puntos de vista, se asemeja a un hormiguero que rodeamos cuidadosamente. La emoción ha sido desplazada tres veces.

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