Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

JAMESIANA


Sexual personae, Camille Pagia, p. 688
El mundo de James, como hemos visto, está gobernado por las mujeres. Salvo unas cuantas leves excepciones, los hombres están limitados y subordinados o son ridículos. La propia figura de la madre presiona ampulosamente en las novelas tardías, como una suerte de fuerza biográfica paralizante, a la que James se resiste al tiempo que adora. La sentimos suspendida sobre su ornado estilo. Adoptando una prosa de ropaje femíneo, se une con la madre mediante una suplantación ritual de su identidad. El hijo amante de la diosa comete incesto mediante su lenguaje hierático y hermafrodita. Pero este sagrado matrimonio está lleno de peligros. Así, esto es lo que dice James del Príncipe Amerigo y su amante: “La intensidad tanto de la unión como de la cautela se transformó en un sustituto posible del contacto”. En las obras de James se siente siempre una perturbadora cautela. El James de las novelas tardías recuerda al Condorcet disfrazado de chica por su madre para, según Frazer, mantener a distancia al mal de ojo. En James, la propia madre es el mal de ojo. Le protege de lo demónico, prestándole su atuendo, en la forma de su estilo tardío, como una defensa contra los espectros de Otra vuelta de tuerca. Pero al mismo tiempo es también el canal por el que fluye lo demónico, a lo largo del cual la naturaleza aplasta y humilla al hombre. La unión de James con la madre es una reclusión que el lector, oprimido por su estilo, pasa a compartir con él. Ella le impide entrar plenamente en el mundo de los personajes. Le obliga a detenerse en un estado intermedio, a mitad de camino entre el Romanticismo y la novela social, su objetivo artístico. Así que nosotros nos quedamos esperando ... y esperamos y esperamos. En James nunca pasa nada, porque tanto él como nosotros somos rehenes cogidos en medio de un fuego cruzado.
Las represiones y evasiones en James son muchas, variadas y agotadoras. No sé por qué no se ve a más gente saliendo a todo correr de las bibliotecas, gritando y haciendo añicos la novela de James que tienen entre las manos. Antes me preguntaba si el entusiasmo que provoca no estaría basado en la identificación, puesto que sus pasivos y cautelosos protagonistas se parecen a muchos académicos. Tal vez, lo más intolerable es la soporífera crítica que lo ha elevado a los altares. Hay que ignorar mucho en él para coronarlo de laureles. Pero si se le entiende como un autor tardorromántico, un decadentista en el sentido amplio que yo doy al término, sus perversiones sadomasoquistas adquieren una forma coherente, orgánica con su ingenioso esteticismo y con sus ambiguas “personas del sexo”. Su quisquilloso estilo tardío es decadentista porque es excesivo y al mismo tiempo exigente. George Moore decía que James era un “eunuco” que se había hecho a sí mismo, con lo que implicaba que era mojigato y «mariquita». Es una explicación demasiado simple. No se puede entender el sexo separado de la naturaleza. Las frustraciones e impedimentos retóricos de James surgen de la eliminación de lo demónico, que incluye al sexo, pero también lo somete.

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