Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

HOLLY GOLIGHTLY


Desayuno en Tiffany's, Truman Capote, p. 101
DESAPARECE LA CHICA DE TOMATO. Y SE TEME QUE LA ACTRIZ COMPLICADA EN EL CASO DE LOS TRAFICANTES HAYA SIDO VÍCTIMA DE LA MAFIA. Sin embargo, pasado algún tiempo la prensa informó: APARECE EN Río LA PISTA DE LA ACTRIZ DESAPARECIDA. Las autoridades norteamericanas no hicieron, al parecer, ningún esfuerzo por recobrarla, y el caso fue perdiendo importancia hasta quedar reducido a alguna que otra mención en las columnas de cotilleo; como gran noticia, solo resucitó una vez: por Navidad, pues Sally Tomato murió de un ataque cardíaco en Sing Sing. Transcurrieron los meses, todo un invierno, sin que me llegara ni una sola palabra de Holly. El propietario del edificio de piedra arenisca vendió las pertenencias que ella había abandonado: la cama de satén blanco, el tapiz, sus preciosos sillones góticos; un nuevo arrendatario alquiló el apartamento, se llamaba Quaintance Smith y reunía en sus fiestas un número de caballeros ruidosos tan elevado como Holly en sus mejores tiempos, pero en este caso madame Spanella no puso objeciones, es más, idolatraba al jovencito, y le proporcionaba unfilet mignon cada vez que aparecía con un ojo a la funerala. Pero en primavera llegó una postal: «Brasil resultó bestial, pero Buenos Aires es aún mejor. N o es Tiffany's, pero casi. Tengo pegado a la cadera a un $eñor divino. ¿Amor? Creo que sí. En fin, busco algún lugar adonde irme a vivir (el $eñor tiene esposa, y siete mocosos) y te daré la dirección en cuanto la sepa. Mille tendresses». Pero la dirección, suponiendo que llegase a haberla, jamás me fue remitida, lo cual me entristeció, tenía muchísimas cosas que decirle: vendí dos cuentos, leí que los Trawler habían presentado sendas demandas de divorcio, estaba a punto de mudarme a otro lugar porque la casa de piedra arenisca estaba embrujada. Pero, sobre todo, quería hablarle de su gato. Había cumplido mi promesa; lo había encontrado. Me costó semanas de rondar, a la salida del trabajo, por todas aquellas calles del Harlem latino, y hubo muchas falsas alarmas: destellos de pelaje atigrado que, una vez inspeccionados detenidamente, no eran suyos. Pero un día, una fría tarde soleada de invierno, apareció. Flanqueado de macetas con flores y enmarcado por limpios visillos de encaje, le encontré sentado en la ventana de una habitación de aspecto caldeado: me pregunté cuál era su nombre, porque seguro que ahora ya lo tenía, seguro que había llegado a un sitio que podía considerar como su casa. Y, sea lo que sea, tanto si se trata de una choza africana como de cualquier otra cosa, confío en que también Holly la haya encontrado.

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