Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

W.

El mundo tal como lo encontré, Bruce Duffy, p. 448
Un día, mientras hojeaba un manual de salvamento mal redactado, vio una fotografía de un accidente de automóvil, en la que habían señalado las huellas del frenazo y trazado círculos blancos alrededor de algunos objetos significativos: una señal de tráfico rota, un par de gafas destrozadas, el guante de una dama. Vio que los objetos del dibujo se relacionaban con los objetos de la narración, del mismo modo que las palabras se relacionan con las cosas del mundo que representan. El dibujo se conectaba con la realidad y la realidad estaba contenida, de manera inexpresable, en lo que estaba dibujado, empalmando así, en un retrato fidedigno, el esquema representado con su representación.

El dibujo evolucionó hasta constituir una teoría del lenguaje y la forma lógica, y esta teoría, a su vez, se combinó con otras hasta que se convirtió en un libro. Sin embargo, al poner un límite a aquello de lo cual puede hablarse, Wittgenstein se las había arreglado para aislar aquello de lo que no se puede hablar de ninguna manera significativa: Dios, la mística, la ética. Pero como para él estas cosas eran lo más importante sobre lo que se podía pensar, en realidad hubo dos libros: el libro escrito y el trabajo, más amplio y ambicioso, que sugería la inmensidad de todo lo que el libro no mencionaba. Este último era el libro del silencio, del silencio y la espantada resignación ante el silencio.

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