Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

TOPOI

De Campo de retamas de RSFerlosio, p.174-175
Lo ilustraré con un ejemplo sumamente genérico: a cada paso estamos leyendo el estereotipo de «un merecido descanso», fórmula tan manida que ya ni siquiera detenemos el oído. Pero si este estereotipo se nos viene de pronto a la memoria al leer en otros textos diferentes otras dos expresiones parecidas y no menos rutinarias, como “una sana alegría” o “un honesto esparcimiento”, salta al instante el timbre que nos advierte de la eventual presencia de una posible ideología. ¿Por qué -nos preguntamos- el descanso tiene que ser “merecido”, la alegría tiene que ser “sana” y el esparcimiento tiene que ser “honesto”? Debe de haber una  mentalidad para la que esas tres cosas sólo son tolerables si vienen avaladas por una justificación moral. La prueba inversa, que confirma la sospecha, está en el hecho de que a ninguna de las tres cosas contrarias, a saber: el cansancio, la tristeza y el aburrimiento, se les exija, en absoluto, alguna suerte de justificación moral equivalente. A mi entender, el caso pone de manifiesto la acrisolada pervivencia de una mentalidad para la que todo lo placentero, como el descanso, la alegría y el esparcimiento, sólo es lícito cuando está moralmente justificado. De manera que los tres estereotipos recogidos serían improntas dejadas en el habla por una añeja tradición de ideología represora.

En un texto ya muy antiguo remitía yo, como de broma, mi manera de discurrir a la de aquel admirable personaje de Edgar Allan Poe en sus dos relatos policíacos, “El doble asesinato de la calle Morgue” y “El misterio de Marie Roget”, o sea, el detective aficionado Auguste Dupin, que para la investigación de ambos casos se encerraba con su amigo, el cronista de la historia, en una habitación con luz artificial-incluso durante el día, previo cierre de persianas- y sólo se servía de las reseñas y los comentarios de los periodistas de sucesos para sus deducciones. Pues bien, hace sólo unos días mi mujer, Demetria Chamorro, releyendo aquellos dos relatos e informada de lo que yo quería escribir para esta ocasión, me dijo de pronto: “Mira lo que dice aquí”, y me leyó el juicio que a Monsieur Dupin le merecía el método de Vidocq, un inspector de la policía de París, que es el siguiente: «Era un hombre muy perseverante y lograba excelentes conjeturas. Pero, al no tener un pensamiento adiestrado, se equivocaba  constantemente por la intensidad misma de sus investigaciones. Alteraba su visión por mirar el objeto desde demasiado cerca ... En el fondo se trataba de un exceso de profundidad, y la verdad no siempre está dentro de un pozo. En realidad, creo que en lo que se refiere al conocimiento más importante, la verdad es siempre superficial. Hasta aquí la cita de Edgar Allan Poe, la cual redunda demasiado a favor de lo que he dicho de mis procedimientos como para que no les prevenga honestamente de que ni a Monsieur Dupin, ni mucho menos, por supuesto, a mí, nos tome nadie demasiado en serio.

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