Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA NATURALEZA DE LA NATURALEZA ES EL EXCESO

De Derrumbe de Eduardo Menéndez Salmón, p. 124-125
Del corazón del hayedo en que habían encontrado refugio, como si su suelo liberara antiquísimos miasmas, emanaba un poderoso olor a vida dilapidada, a floración sin control, a festín de fieras. Las trochas abiertas durante el otoño por los excursionistas yacían sepultadas bajo légamo y helechos escarchados. Cada árbol, cada esqueje y cada espora escondía en su centro el callado homenaje a esa manifiesta tendencia al exceso que tanto asombraba al hombre devuelto a su patria natal: la Naturaleza.
Varios voluntarios luchaban contra el viento que acuchillaba sus costados, acondicionando hospitales de campaña que saludaban, con su única ventana mirando al mediodía, el sordo goteo de vecinos de Promenadia con fracturas de cúbito y anginas de pecho, vomitados sin pausa hacia los refugios levantados sobre un amasijo de lonas desgastadas, listones de conglomerado y travesaños que más recordaban inseguros trapecios que otra cosa.

Una inútil alambrada, incapaz de resistir el húmedo acoso del morro de un ternero o la patada de un transeúnte borracho, peinaba el perímetro del hayedo en apretados nudos de espino. Valdivia estaba frente a una hoguera alimentada con periódicos y maleza, sentado en un insólito taburete de cocina, sobre una loma alfombrada de musgo. A su derecha, fumando en silencio, descansaba el apuesto cabo de infantería que le había prestado sus prismáticos, unos Valentinov rusos de tanquista con escala telemétrica y revestimiento de caucho.

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