Por favor, ¡no empieces a ponerte
nerviosa! –protestó Kitty-. ¡Si a las mujeres nos diera por preocuparnos en
estos tiempos cada vez que nuestros maridos pasan quince días sin escribir ...
! Y además, si estuviera en algún sitio interesante, en algún lugar realmente
peligroso, habría encontrado la manera de hacérmelo saber, en lugar de limitarse
a un simple «en alguna parte de Francia». Seguro que está bien. Estábamos en la
habitación del bebé. Me había hecho el propósito de no entrar allí nunca más después
de su muerte, pero me había encontrado de repente con Kitty en el preciso
momento en que metía la llave en la cerradura y me había detenido a mirar
aquella habitación de techos altos, toda en blanco y colores claros, tan
insoportablemente alegre y familiar, conservada a todos los efectos como si
siguiera habiendo un niño en la casa. Era el primer día verdaderamente primaveral
del año y el sol entraba a raudales por
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Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel
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