Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EL CAMPO Y LA CIUDAD

Cuando estoy en el campo y no tengo ningún estímulo, se me atrofia el pensamiento, porque se me atrofia la cabeza entera, pero en la gran ciudad no tengo esa experiencia catastrófica. Las personas que se van de la gran ciudad y quieren mantener en el campo su nivel intelectual, como decía Paul, deben estar dotadas de un enorme potencial y, por consiguiente, de una increíble reserva de sustancia cerebral, pero también ellas se estancan más pronto o más tarde y se atrofian, y la mayoría de las veces, cuando se dan cuenta de ese proceso de atrofia, es ya demasiado tarde para sus fines, se extinguen irremisiblemente y, hagan lo que  hagan, de nada les sirve. Por eso también, durante todos esos años que duró mi amistad con Paul, me acostumbré al ritmo, que necesito para vivir, de alternar entre la ciudad y el campo, y tengo la intención de mantener ese ritmo hasta el final de mi vida, quince días al menos en Viena, quince días al menos en el campo. Porque tan deprisa como se empapa la cabeza en Viena, se vacía en el campo y en realidad se vacía en el campo más deprisa de lo que se empapa en Viena, porque el campo es siempre, en cualquier caso, más cruel con la cabeza y sus intereses de lo que puede serlo nunca la ciudad, lo que quiere decir, la gran ciudad. A un hombre de espíritu el campo se lo quita todo y no le da (casi) nada, mientras que la gran ciudad da ininterrumpidamente, sólo hay que verlo y, como es natural, sentirlo, pero son los menos los que lo ven, y tampoco lo  sienten, y por eso se ven atraídos de una forma repulsivamente sentimental por el campo, donde, en cualquier caso, se ven intelectualmente chupados, agotados incluso en el plazo más breve y, en fin y final de cuentas, conducidos a la ruina. En el campo no puede desarrollarse nunca el espíritu, sólo en la gran ciudad, pero hoy todos corren de la ciudad al campo porque, en el fondo, son demasiado cómodos para utilizar la cabeza, naturalmente puesta a prueba de una forma radical en la gran ciudad, ésa es la verdad, y prefieren extinguirse en una Naturaleza a la que,  sin conocerla, admiran sentimentalmente en su estúpida ceguera, a aprovechar las enormes ventajas de la gran ciudad y, sobre todo, de la gran ciudad de hoy, que con el tiempo y su historia aumentan y se multiplican de la forma más maravillosa, de lo que, probablemente, no son en absoluto capaces. Yo conozco ese campo letal y huyo de él, siempre que puedo, al precio de tener que vivir en una gran ciudad, llámese en fin de cuentas como quiera, sea tan fea como quiera, siempre será para mi cien veces mejor que el campo. 

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