Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

SOBRE EL DOCTOR CORDELIER


De El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde Apéndice III. Imágenes de abyección (Nota sobre la filmografía de Jeckyll y Hyde), p. 218-219
Pero la mejor aportación del cine europeo a Jeckyll y Hyde es el film de Jean Rendir, desgraciadamente no muy conocido, El testamento del doctor Cordlier. Rendir es uno de los más grandes artistas del cine mundial de todos los tiempos y dirigió esta película al final de su carrera, en 1959, justo el mismo año en que produjo La comida en la hierba, de la que es complemento intelectua1.
En La comida sobre la hierba el conjuro pagano de la flauta de Pan despierta el instinto de vida en un grupo de comensales y lo hace prevalecer jubilosamente, en el multicolor escenario de un paisaje campestre, sobre la maraña de convenciones burguesas que generan el malestar de la civilización. La película El testamento del Dr. Cordelier, filmada en blanco y negro, describe el destino contrario al que lleva el retorno de lo reprimido cuando no es la vida sino una razón egoísta quien busca satisfacerlo.
La acción no se sitúa en el Londres de la época victoriana, sino en el París actual, y sin embargo, pese a esa y otras libertades, la película es la más fiej al espiritu de la novela de Stevenson de cuantas han sido producidas. Un reputado psiquiatra, el Dr. Cordelier, experimenta en sí mismo sobre el alma y logra materializar su parte instintiva en un abyecto doble de sí llamado Opale, más joven y ágil, pero de deforme y repulsiva apariencia, con ropas colgantes y cabeza ladeada, Los experimentos de Cordelier, cuya personalidad dual encarnó con gran lucidez el actor Jean Louis Barrault, inquietan a dos amigos suyos, el notario Joly y el también psiquiatra Severin que representan igual que él, aunque menos arriesgadamente, la hipócrita combinación de oportunismo e intolerancia de la clase burguesa. Los desmanes de Opale degeneran en crímenes y escapan al control de Cordelier, quien se ve obligado a ponerles fin suicidándose. La lección moral implícita del film, que probablemente no hubiera rechazado Stevenson, es que sólo la humilde y sencilla naturaleza sabe satisfacernos. Cuando no es ella, sino el orgullo y la hipocresía quienes dan secreta y calculadamente rienda suelta al instinto reprimido, la consecuencia inevitable es, dicho en términos freudianos, que el impulso tanático prevalece sobre el erótico, desencadenando la tragedia.

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