Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EL CAPITAL, AGAIN

POLITICA
De El capital, de Karl Marx, resumido por Gabriel Deville, p. 111-112
III. TRABAJO DE LAS MUIERES Y DE LOS NIÑOS
Haciendo innecesario el trabajo muscular, la máquina permite emplear obreros de escasa fuerza física, pero cuyos miembros son tanto más flexibles cuanto menos desarrollo tienen. Cuando el capital se apoderé de la máquina, exclamó: «¡trabajo de mujeres, trabajo de niños!» La máquina, medio poderoso de aminorar los trabajos del hombre, se convirtió al punto en medio de aumentar el número de asalariados. Doblegó bajo el látigo del capital a todos los miembros de la familia, sin distinción de edad ni de sexo. El trabajo forzado de todos en provecho del capital, usurpó el tiempo de los juegos de la niñez y reemplazó al trabajo libre, que tenía por objeto el sostenimiento de la familia.
El valor de la fuerza de trabajo estaba regulado por los gastos de sostenimiento del obrero y de su familia. Lanzando a la familia en el mercado, y distribuyendo así entre muchas fuerzas el valor de una sola, la máquina la rebaja. Puede ocurrir que las cuatro fuerzas, por ejemplo, que una familia obrera vende ahora, le produzca más que antes la sola fuerza de su jefe; pero también son cuatro jornadas de trabajo en lugar de una, y es preciso que en vez de una sean cuatro las personas que suministran al capital, no solamente trabajo, sino también sobretrabajo para que viva una sola familia. Así es como la máquina, al aumentar la materia humana explotable, eleva al mismo tiempo el grado de explotación.
El empleo capitalista del maquinismo desnaturaliza profundamente el contrato, cuya primera condición era que capitalista y obrero debían tratar entre sí como personas libres, ambos comerciantes: poseedor uno de dinero o de medios de producción y otro de fuerza de trabajo. Todo esto queda destruido desde el instante en que el capitalista compra mujeres y niños. El obrero vendía antes su propia fuerza de trabajo, de la cual podía disponer libremente; ahora vende mujer e hijos y se convierte en mercader de esclavos.
Por la incorporación al personal de trabajo de una masa considerable de niños y mujeres, la máquina consiguió por fin romper la resistencia que el trabajador varón oponía aún en la manufactura al despotismo del capital. La facilidad aparente del trabajo con la máquina y el elemento más manejable y dócil de las mujeres y los niños le ayudan en su obra de avasallamiento.
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