De visible, de Paul Auster p.273
Pensé en escribir el diario, pero estaba muy nerviosa para quedarme sentada. Entonces se me ocurrió que no debía hacer anotaciones durante mi estancia. ¿Qué pasaría si R. B. entraba a hurtadillas en mi cuarto y descubría el diario, me pregunté, y veía las cosas que escribía sobre él? Se armaría un follón de pánico. Incluso podría correr peligro.
Intenté leer, pero en aquellos momentos tal actividad se encontraba fuera del alcance de mis facultades de concentración. Todos los libros inútiles que había metido en la maleta para las vacaciones al sol. Novelas de Bernhard y Vila-Matas, poemas de Dupin y Du Bouchet, ensayos de Sacks y Diderot: todos libros valiosos, pero ya inútiles, ahora que había llegado a mi destino.
Me senté en la butaca cerca de la ventana. Deambulé por el cuarto. Volví a sentarme en el sillón.
¿Y si R. B. no se había vuelto loco?, me pregunté. ¿Y si estaba jugando conmigo, proponiéndome matrimonio con objeto de tomarme el pelo y burlarse de mí, de divertirse un poco a mi costa? Eso también podía ser. Cualquier cosa era posible.
Te quiero más que a la salvación de mi alma

Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel
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