Nada que temer, Julian Barnes,p. 137
La muerte y la forma de morir
generan todo un cuestionario de preferencias similares. Para empezar,
¿preferirías saber que te estás muriendo o no? ¿Preferirías mirar o no mirar? A
los treinta y ocho años, Jules Renard escribió: «Por favor, Dios, ¡no me hagas
morir demasiado rápido! No me importaría ver cómo me muero.» Escribió esto el 24
de enero de 1902, en el segundo aniversario del día en que había viajado de
París a Chitry para enterrar a su hermano Maurice: un funcionario de obras
públicas que se quejaba del sistema de calefacción central, transformado, en
cuestión de unos pocos minutos de silencio, en un cadáver con la cabeza
recostada sobre una guía telefónica de París. Un siglo después, pidieron al
historiador de la medicina Roy Porter que reflexionara sobre la muerte: «Verá, creo
que sería interesante estar consciente a la hora de la muerte, porque debes de
experimentar cambios de lo más extraordinarios. Pensar, me estoy muriendo ...
Creo que me gustaría ser plenamente consciente en ese momento. Porque, verá, de
lo contrario te estarías perdiendo algo.» Esta curiosidad terminal constituye
una hermosa tradición. En 1777, el fisiólogo suizo Albrecht von Haller fue
atendido en su lecho de muerte por un colega médico. Haller supervisó su propio
pulso a medida que se debilitaba, y murió fiel a su carácter con estas últimas
palabras: «Amigo mío, la arteria ya no late.» El año anterior, Voltaire también
se había vigilado el pulso hasta el momento en que movió la cabeza lentamente
y, unos minutos después, murió. Una muerte admirable -sin ningún cura a la
vista-, digna del catálogo de Montaigne. Empero, no impresionó a todo el mundo;
Mozart, a la sazón en París, escribió a su padre: «Probablemente sabrás que el
ateo y granuja redomado Voltaire ha muerto como un perro, como un animal ...,
¡ya tiene su recompensa!» Como un perro, en efecto.
1 comentario:
Interesantes reflexiones.
Primero y muy importante:
Está prohibido morirse uno sólo y sin avisar.
De chavales, los había que preferían morir durmiendo.
Todos nos perdemos el nacimiento por decreto y hasta los cuatro años no empezamos a ser ¿ quienes éramos ?
Yo creo que de la muerte te enteras ya sea durmiendo o despierto.
Un gran abrazo Pedrito y gracias por darnos luces largas de cando en vez.
Publicar un comentario