La muerte del padre
Durante el
viaje evitó reflexionar sobre el texto del telegrama, que rezaba escuetamente:
«Ven de inmediato. Ha empeorado». La tarde anterior había dejado la pequeña
localidad de la Riviera con un tiempo pésimo,
mientras los recuerdos le acosaban como la luz del alba envuelve al trasnochar
rezagado: dulce y vergonzosamente.
Cuando hacia
el mediodía entró en la ciudad, le soliviantó su estrépito. Los agobios e incomodidades
de su país le producían una acusada sensación de malestar, pero todavía
sentía en su interior, como un gorjeo, la voluptuosidad de las horas que
acababa de pasar con una mujer casada.
Su hermano
estaba allí y, de súbito, como una descarga eléctrica que recorriese su
espalda, sintió odio hacia aquella figura enlutada que le saludaba
apresuradamente con ojos entristecidos. Les esperaba un automóvil en el que se
pusieron en camino. Otto quiso balbucir una pregunta, pero el recuerdo de un
beso dispersó sus ideas.
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