-Vaya, ¡otra vez nuestro viejo
carrick! Esta exclamación la soltaba uno de esos aprendices a quienes se conoce
en los despachos como saltacharcos, y que le hincaba el diente con gran apetito
a un pedazo de pan; arrancó un poco de miga para hacer una bolita y la lanzó burlonamente por el postigo de una ventana en
la que se apoyaba. Bien dirigida, la bolita rebotó casi a la altura del vano,
tras dar en el sombrero de un desconocido que atravesaba el patio de una casa
situada en la rue Vivienne, donde residía el señor Derville, procurador."
-Vamos, Simonnin, deje de hacerle
sandeces a la gente o le pongo de patitas en la calle.
Por muy pobre que sea un cliente,
sigue siendo un hombre, ¡qué demonios! -dijo el oficial mayor interrumpiendo la
suma de una memoria de gastos.
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